¿No forma una unidad? Es porque está improvisado a gran velocidad. Un saludo. Gracias por estar ahí.
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Mi amigo Sebastián Cordial, el médico, tiene una afición bastante insólita. Gusta de coleccionar locos. Los encierra, muy abrazaditos a sí mismos, en blanditas habitaciones blancas. Encima el Ayuntamiento le paga por ello (no todo el mundo –ni tan siquiera la décima parte de la gente- tiene la suerte de que le den dinero por practicar lo que es su afición, por hacer lo que le gusta). “Director del Sanatorio” es el rimbombante título con el que lo conocen.
El otro día me invitó a que viese algunos ejemplares de su colección.
-Este de aquí sí que es bueno- decía señalando a uno especialmente calvo-. Se cree que es el Dios católico.
Mironos el desdichado y dijo con gran majestuosidad:
-Yo soy Uno y Trino: pío, pío, pío.
-Don Melchor, los Espíritus Santos – le dijo mi amigo- no hacen pío, hacen cucurrucucú… "Píos" son los buenos feligreses. Sigamos. Éste de aquí –señalando a otro, de unos cincuenta años- sí que es peculiar: cree que los seres humanos no albergan maldad alguna en sus espíritus. La envidia, la hipocresía, el engaño, la doblez, la traición, etc., no existen para él…
-¡Pobrecito! – dije con verdadero patetismo.
-Como comprenderás no está preparado para estar afuera. El mundo exterior le corroe por dentro, le produce un daño parecido al que le haría el respirar ácido clorhídrico.
El loco nos dirigió una muy bondadosa sonrisa que dejaba traslucir toda la inmaculada candidez de su alma; sonrisa que me conmovió, que me parece que recordaré siempre, y a la que traté de corresponder con una mía que sería, imagino, como contestar al rayo de sol con la luz de una vela de sebo.
Al de esta habitación – dijo Sebastián tras caminar unos pasos- le tenemos que tener siempre encerrado.
-Pues, ¿es peligroso? – pregunté.
-No, no es por eso, sino porque siempre trata de escaparse… Su locura es ciertamente rara: ¡ha dado en decir que no está loco, y a todas horas quiere verse fuera de estos barrotes!.
-¿Y está loco?
-¿Hablan de mí? ¡Puedo oírles aunque cuchicheen! – empezó a gritar aquel infeliz desde detrás de los barrotes - ¡no estoy loco! ¡mis sobrinos me hicieron encerrar aquí para quedarse con mi fortuna! ¡Por eso untan a ese medicastro! ¡Sinvergüenza! ¡Un día pagarás muy caro esos feos chanchullos!
-¡Cálmese, don Julián, que le va a dar algo! – le aconsejó mi amigo.
Luego me enseñó a otros dos o tres más. Le pregunté, bromeando, si tenía entre aquellas paredes al típico loco que se creía Napoleón; me contestó, riendo, que su sanatorio era pobre:
-Napoleones no tenemos, pero tenemos uno que está convencido de que es Sagasta; ¡algo es algo! … (por cierto, llámale don Práxedes siempre o de lo contrario se enfadará mucho).
-Ah, Sebastián – dije, cuando terminé la visita – gracias por mostrarme esta galería de curiosidades que es tu clínica… ¡haré un gran artículo de todo esto; te pondré como el mayor benefactor de la ciudad, ya lo verás: te lloverán cartas de parabienes!...¡en verdad que ha sido instructivo! ¡curioso: observando a los locos parece que uno sabe un poco más de los cuerdos!
-Oh, -dijo mi amigo lúgubremente - aún te falta la magistral lección final…
-Pero, ¿qué ocurre? ¿Qué es esto? ¿Por qué tus enfermeros me ponen una camisa de fuerza? ¡Sabes de sobra que no me gustan estas bromas!
-Amigo Carlos… Bien sabes que detesto las bromas tanto como tú. Necesitas unas vacacioncitas, eso es todo; digamos, ¿unos añitos de duchas frías y demás tratamientos? ¡Oh, ya sé que me dirás que estás completamente cuerdo…! Y créeme si te digo que en el fondo de mi corazón yo te creo... Pero un poderoso enemigo tuyo al que tu mordaz pluma ha mordido recientemente opina lo contrario, ¿sabes? Y el problema es que paga bien. Demasiado bien, créeme. Tanto como para moverme a mandar al carajo una amistad de la infancia sin que la conciencia proteste demasiado.
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nota: imagen, Corral de Locos (1794) de Francisco de Goya (1746-1828).
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