¡Grrrr, masiao largo y no le encuentro gracia!¿lo dejo? ¿no lo dejo?, ¿lo quito? ¿no lo quito?,¿lo borro? ¿no lo borro?,¿deshojo la margarita? ¿no la deshojo?
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Viajaba de noche por una carretera secundaria un sobrino-hermano de un cuñado de un amigo de un primo de un conocido de un pariente mío. Era la noche oscura como boca de presidente de conferencia episcopal. No se veía una estrella en el pavimento.
Conducía el tipo de quien les hablo uno de esos coches de motor de explosión que no necesitan ni caballos ni raíles para desplazarse (“automóviles”, creo que los llaman). Iba por la carretera que va de Écija a Osuna; concretamente, por el carril derecho de la misma. Al doblar un recodo del camino, aparece una autoespotista, o sea, una de esas mujeres que llevan un cartel por delante y otro por detrás y que van por la calle anunciando tal restaurante o cual taller de patinetes.
Quedose tan prendado el conductor de la belleza de la muert… digo de la autoespotista, que así como la vio, disminuyó la velocidad de su vehículo automóvil hasta detenerlo casi por completo, y díjole a la fantasm… digo a la señorita de los anuncios, con un marcado acento chulapo.
-¿Quiés que te lleve, prenda?
-¡Quiá! ¿Tú a mí? ¡Amos, ni manque tuviera menos piernas que un caracol me llevabas a ningún lao!; así que arran-ca y a-ce-le-ra. – Contestó ella con no menos acento del Madrid castizo que vemos en las zarzuelas.
Puso en marcha el coche algo decepcionado el viajante de jofainas (al parecer este era su oficio) y un par de kilómetros más adelante, mientras iba pensando en los anuncios tan bien puestos de aquella condená, cuál no será su sorpresa cuando ve a un lado de la carretera a la misma autoespotista. Sí, era la misma, no cabía duda: los mismos anuncios de seguros de collejas que antes. El asombro se le pasó rápidamente al conductor, porque pronto volvió a quedarse prendado de la belleza de aquella chica tan pálida y ojerosa que tan bien llevaba los anuncios:
-¡Chsssst, oye! ¡Que los cartones abrigan poco y el menda no quiere que la criatura puea llegar a resfriarse. Aquí en el coche se está mu calentito.
-¡Ay qué risa! ¡La nena es honrá y prefiere estar sola y con las carnes frías, que mal acompañá y con las carnes abrasadas!
Y el despecho hizo al sobrino-hermano de un cuñado de un amigo de un primo de un conocido de un pariente mío volver a poner en marcha su coche.
Un poco más adelante, ¡qué extraño!, volvió a encontrar a la autoespotista. Y tornó a decirle una chulapada sin gracia, un poco más atrevida y picante que antes. La aparició… digo, la mujer, empezaba a enfadarse más, así que le tiró una piedra, que golpeó en el capó del coche.
A lo largo del trayecto siguió encontrándola y diciéndole cosas, y ella siguió cabreándose y cabreándose…
El sobrino-hermano de un cuñado de un amigo de un primo de un conocido de un pariente mío no sabe decir exactamente lo que ocurrió ni cómo llegó a su casa aquella extraña mañana, la cara llena de barro y algún que otro moratón, sin coche, avergonzado y desnudo bajo un par de cartones que anunciaban seguros de collejas… Pero peor que la humillación física de verse así era la humillación moral de haberse visto abducido (y convenientemente sondado, claro) justo cuando ya tenía casi en el bote a la chulapa muert… digo a la madrileña aquella:
- Porque no puede ser, ¿no? – se decía - ¡No puede ser que hasta las muertas de las curvas me rechacen, con lo promiscuas que dicen que son! ¡malditos extraterrestres de Urano, tan inoportunos siempre! ¡y maldita esta enfermedad mental, que los tolera a unos y a otras!¡Grrrr, bueno, al menos hoy no me he muerto yo, como otras veces!
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