sábado, febrero 27, 2010

Gilichorradas pide a sus letores y letrices poner título a esta gilipolluá, ya que al tonto Imbelecio no se le ocurre nada. Si no aparece ninguno, se le asignará uno de oficio... Si usted tiene algún problema y los encuentra, quizá pueda contratarlos.
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Circulaban el queso, el pan, los embutidos, los dulces; trasegábase vino y anís por botellas, todo ello por expreso deseo del finado; y como las penas con pan son menos, como suele decirse, pronto empezaron las conversaciones a hacerse menos tímidas y pudorosas y a tornarse más expansivas; y muchos recordaban cosas del fallecido, de su bondad, de la liberalidad que quedaba bien demostrada en aquel último convite.

Fui de un corrillo a otro (casi siempre escuchando pues soy mal conversador). Afloran entonces las anécdotas curiosas del pasado. Algunas tristes; otras, pretendiendo ser alegres, dejan un regusto de honda melancolía porque tienen de protagonista a alguien que ya no es; y una que otra hay que, ayudada por los vapores del licor, provoca una sonora carcajada en el corrillo.

Un hombre que, sin serlo, tenía el continente y los ademanes de un sacerdote, contó una historia que... pero escúchenla ustedes de sus mismos labios como quien dice, tal como él la contó.
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Eran otros años y banquetes de duelo como éste, hoy tan poco comunes, eran entonces la norma, y hasta en las casas de los pobres hacían lo imposible por servir algo de embutido con pan, y descorchar unas botellas de sidra o de vino.

Fue en un pueblo de esos que ahora ya no vive nadie, o tan solo cuatro viejos. Estábamos como estamos ahora, bebiendo y comiendo a la salud del difunto. La viuda, que era una vieja gruesa, robusta, dominadora, de esas personas acostumbradas a mandar y avasallar a quien se pusiera a tiro, iba con cara de hondo disgusto de un lado a otro, procurando que nadie estuviera sin su bocado y su vaso de anís en la mano.

El muerto, que creo que era algo pariente de mi mujer, estaba en una caja abierta en el dormitorio de al lado de la sala, que era el suyo, alumbrado por dos velones; ataúd que se puso, como es la costumbre, sobre la base de la cama, cuyo somier y colchón habían sido apartados. Él había sido el contraste perfecto con su mujer, tan delgado que cualquiera le diría hético; y tan sometido a la espantosa dictadora marital, que podéis tener por seguro que no osaba abrir la boca sin que ella le diera permiso. Allí estaba, digo, el cadáver, descansando en la caja, las manos cruzadas sobre el vientre, pálido y consumido; y siendo tan poquita cosa como el pobre calzonazos que había sido en vida.

Entonces la mujer terminó de servirnos a todos, y fue a sentarse en una de las sillas de la sala, al lado de una hija suya, rolliza también como panadera, cerca de la puerta que daba a la habitación convertida en velatorio. Y, mientras la hija lloraba silenciosamente, empezó la viuda a dar esos plañideros ayes en voz muy alta que dan muchas mujeres en estas ocasiones; lamentos tristísimos que perturban el ánimo de quien los escucha, cosa que me ocurrió también entonces, aunque no pudiera dejar de pensar en aquella ocasión que había algo de teatral en las plañideras quejas.

Y daba los ayes y decía la vieja cosas como: "¡Ay, Justo, que te fuiste para no volver" "Ay, pícaro, ¿qué va a ser de mí ahora?", "¡Ay, qué poco me quisiste, con lo que yo te quería...!" "¡Ay, qué mal trataste siempre a tu mujer, que te adoraba!", "¡Ay, que nunca te hice mal, y tú vas y te me mueres para hacerme más"

Cuando dijo esta última frase, quedó la sala (donde se hablaba entonces en voz más baja, por respeto al dolor de la viuda), quedó, digo, en el más absoluto silencio... los concurrentes estábamos pasmados, desasosegados... espantados. La viuda calló en sus lamentos de forma inmediata, y en su cara se había marchado toda pena y se había pintado el más vivo susto.

En apenas cinco minutos marchamos todos los vecinos de aquella triste casa, los vasos de anís quedaron sin terminar, y el queso con pan a medias de comer. No había saliva para pasarlos. Todos tuvimos de repente urgentes asuntos que tratar en nuestras casas y que no podían esperar más; unos, que apacentar el ganado antes de que se hiciese más tarde, otros, que acostarse pronto para madrugar, que al día siguiente bien temprano había que ir a la fábrica...

Y aunque ahora casi me sonría al recordarlo, aquella noche no pude pegar ojo. En mi cabeza resonaba una y otra vez la abominable, la sobrenatural, ¡la espantosa carcajada que había salido del cuarto del difunto!.

lunes, febrero 22, 2010

el crimen de la Calle de la Cabeza - B.P. Galdós



"Vulgarmente se cree que en la calle de la Cabeza no ha pasado nunca nada digno de contarse. Por el contrario, es una calle trágica, quizás la más trágica de Madrid. La tradición que le da nombre, y que no carece de mérito en lo que tiene de fantasía, es como sigue: Vivía por aquellos barrios un cura medianamente rico. Su criado, por robarle, le asesinó, cortándole ferozmente la cabeza, y con todo el dinero que pudo encontrar huyó a Portugal. No fue posible descubrir al autor del crimen, y enterrado el clérigo, bien pronto su desastroso fin quedó olvidado. Pero el asesino, después de haberse dado muy buena vida en Portugal durante muchos años, volvió a Madrid hecho un caballero, aunque no tanto que olvidase su primitiva condición de criado. Solía ir él mismo al Rastro todas las mañanas a hacer su compra, y un día adquirió una cabeza de carnero. Llevábala bajo la capa, y como chorreaba mucha sangre, que iba dejando rastro en el suelo, fue detenido por un alguacil, que le mandó mostrar lo que oculto llevaba. ¡Horrible espectáculo! Al echar a un lado el embozo, el criado alargó en la derecha mano la cabeza del sacerdote a quien le diera muerte.
¡Milagro, milagro! Este fue el grito general. Confesó todo el asesino y le llevaron a la horca, acompañado de la cabeza del sacerdote que había sido de carnero, y cuya vista horrorizaba y edificaba juntamente al pueblo. Murió, según dicen, con grandísima devoción y arrepentimiento, y hasta que no entregó su alma a Dios, no recobró la testa del cura su primitiva forma carneril. Felipe III, que a la sazón nos gobernaba, mandó labrar en piedra una cabeza que se puso en la casa del crimen para memoria de aquel estupendo suceso."


Así termina esta sabrosa Leyenda que Galdós nos cuenta en su Episodio Nacional EL GRANDE ORIENTE (1875); leyenda que al leerla no podemos evitar asociar a la casi idéntica transformación que ocurre en Los Ladrones de Cadáveres de Stevenson, en donde también la conciencia del protagonista hace de catalizadora de la asombrosa transmutación. En cambio en El Corazón Delator de Poe -relato al que también nos recuerda esta leyenda madrileña- la conciencia del asesino es más discreta, y sólo le atormenta dentro de su mente. El elemento fantástico queda allí completamente soterrado bajo la locura del protagonista, quien, como el criado que asesinó al sacerdote, también se regodea creyendo imposible que descubran su crimen.

nota: imagen, cartel de la Calle de la Cabeza (Madrid), que hace alusión a la leyenda.

miércoles, febrero 17, 2010

Country Dreamer - Paul McCartney

Ponemos hoy en el blog la poco conocida canción Country Dreamer ("soñador campesino") de Paul McCartney, que publicó con sus Wings en 1973 y fue la cara B del tema Helen Wheels. Ahí van dos versiones (ninguna es la original); esta primera, del álbum Good Times Comin`, de 1994, en el que Paul hacía covers acústicas de viejos clásicos del R`n`R y de algún que otro tema suyo:



y esta otra, que saqué de un podcast sobre Beatles, y en la que se oye a Linda McCartney haciendo coros:






Soñador Campesino. (Gilitraducción)

Me encantaría pasear por un prado contigo,
Quitarme el sombrero y las botas también;
Me encantaría echarme en un prado contigo,
¿no te gustaría a ti también, May?

Quisiera pararme en un arroyo contigo,
Enrollar mis pantalones hacia arriba y no sentirme triste;
Quisiera bañarme en un arroyo contigo,
¿no te gustaría a ti también?

Tú y yo, soñadora campesina,
Cuando no hay nada más que hacer;
Oh, sé mi soñadora campesina,
Y hagamos nuestros sueños campestres realidad.

Me encantaría subir una colina contigo,
Estar en la cima y admirar el paisaje,
Me encantaría bajar rodando una colina contigo,
¿no te gustaría a ti también?

***

Country Dreamer By Paul McCartney

I'd like to walk in a field with you,
take my hat and my boots off too.
I'd like to lie in a field with you.
Would you like to do it too, may?
Would you like to do it too?
I'd like to stand in a stream with you,
roll my trousers up and not feel blue.
I'd like to wash in a stream with you.
Would you like to do it too?

You and I, country dreamer,
when there's nothing else to do;
Me oh my, country dreamer,
make a country dream come true.

I'd like to climb up a hill with you,
stand on top and admire the view.
I'd like to roll down a hill with you.
Would you like to do it too, may?
Would you like to do it too?

You and I, country dreamer,
when there's nothing else to do;
Me oh my, country dreamer,
make a country dream come true.

I'd like to climb up a hill with you,
take my hat and my boots off too.
I'd like to lie in a field with you.
Would you like to do it too, may?

nota: -versión del sencillo.