miércoles, junio 25, 2008

las 57 esposas y la alfombra mágica

Compró el sultán una alfombra mágica para que se divirtieran sus cincuenta y siete mujeres, que amenazaban divorcio por lo aburridas que las tenía.

Mucho se alegraron con la noticia; pero en cuanto trajeron la alfombra se dieron cuenta de que no funcionaba. Se subían encima, y nada. No volaba. Ni siquiera flotaba un poquito. “Pues el mercader aquel me dijo que era mágica”, se disculpaba el jeque ante el mosqueo de las esposas.

Se pusieron a leer el libro de instrucciones, pero ocurrió lo de siempre: venía en todos los idiomas salvo en árabe medieval.

-¡Ya lo tengo!: probadla cada una de vosotras por separado, a lo mejor sólo vale para una, como el zapato de Cenicienta… - Dijo, muy ocurrente, el sultán, que se sabía al dedillo cuentos para niños y soñaba con protagonizar uno algún día, aunque no fuese más que una boba gilichorrada.

Iba a añadir que, también como en La Cenicienta, se casaría con la que consiguiera que la alfombra funcionase, pero calló porque se dio cuenta de la tontería: ya estaba casado con todas.

Entre risas, la fueron probando todas las mujeres. Se subían encima, se agarraban a los flecos, cerraban los ojos… y nada. Al parecer aquella alfombra no tenía más poderes mágicos que la que tenéis en el salón de vuestra casa.

Las cincuenta y siete mujeres estuvieron un promedio de 3 días, cuatro horas y veintisiete minutos sin hablar al sultán, del cabreo que pillaron por aquella tomadura de pelo.

Hubo una mujer, sin embargo, que se alegró mucho con aquella alfombra… aunque no estaba casada con el sultán. Era la señora de la limpieza. Y es que la “alfombra mágica” era de esas que anuncian las teletiendas y que no hace falta pasarles la aspiradora porque no crían pelusas ni nada, y se limpian la mar de bien.

-Ah, qué sultán más considerado – se decía –; y esas tontas, que tienen de todo, que no les falta de nada, siempre están de morros con él… ¡quién fuera su esposa número cincuenta y ocho!


sábado, junio 21, 2008

EL ALMA EN PENA DE PEDRO COROLADO



-¿Quién anda ahí?

-Maruja, no te asustes…: soy yo.
-¡¡Ah, el vampiro de mi marido!! ¡y yo sin estaca de ajos!
-No, Maruja, no soy vampiro… Soy fantasma, el fantasma de tu difunto marido. No vengo a hacerte daño. No quiero asustarte… ni siquiera quería despertarte.
-¡Pedro, qué desastre eres: ya me despertabas cuando estabas vivo, y vienes a despertarme ahora cuando estás muerto…! Por cierto, ¿te gustó el entierro? ¿bonito, eh? Tus hermanas se morían de envidia, las arrastradas.
-No quería sacarte del sueño, mujer. Ha sido mala suerte… y este cajón que se atasca. Si tú duermes como un tronco de abedul… Y el entierro, qué quieres que te diga… si te soy sincero, no lo he visto…
-¿Habrase …? ¿No has visto tu propio entierro? Con lo que lloré y la corona tan lujosa que te compré, y lo bien que habló el padre Fulgencio de la luz de vida eterna que presentimos en esta vida gracias a la religión y que tú eras muy dichoso porque ya la estabas viendo...
-Ya pero es que estamos de Eurocopa y ese día… jugaba la Selección… Si a eso venía yo, mujer…
-¡Ah, qué carcamal! ¡Si hubiera hecho caso de mi madre! ¡El dichoso fútbol! ¡Ni muerto dejarlo puedes!
-Que no tengo mucho tiempo… Allí en el cielo hay tele, pero es de las viejas, como la que teníamos antes. Y , claro, es pequeñita y no veo bien. Por eso pedí a San Pedro que me dejase volver para buscar las gafas. Me dijo que sí, pero dos horas sólo, que si no no puedo volver a entrar y..., ¿sabes qué me dijo?
-¡Fútbol , fútbol, y más fútbol! ¡como si no hubiera cosas más importantes… como tu mujer, por ejemplo, que la tienes abandonada.
-No me escuchas, mujer, y no tengo tiempo…Cómo no te voy a tener abandonada, ¿no ves que estoy muerto? Digo que San Pedro, que es muy bueno, me dijo que me cuidara de que no me liaras, que en el Cielo me llaman “El Calzonacete”, ¿sabes?
-¡En fútbol y en morirse antes que una para dejarme sola, es todo lo que piensa mi marido!
-No me escuchas, mujer, y no tengo más que una hora y unos minutos. Sí, me gusta el fútbol, pero no más que a ti los culebrones esos tan estúpidos… ¿En qué cajón están mis gafas?
- ¡Qué cruz, qué marido tengo... o tenía, madre del amor hermoso! ¿Eh? ¿A mí qué me dices?¡Qué sé yo! ¡Estarán en el coche!
-No, en el coche tengo las otras… Además el coche estará en el desguace…digo yo... después de aquello…. Digo las últimas, las que compré en Benidorm.
-Ahora mismo te vienes conmigo a ver a don Fulgencio. ¿Eh? ¡No puedo agarrarte por el brazo como antes! ¡Te traspaso!
-¿A don Fulgencio para qué? ¡Mira mujer, que me queda una hora en la tierra sólo! Marujita, por lo que más quieras, ayúdame a buscar las gafas…
-¡Que vengas conmigo te digo! ¡Necesitamos una segunda opinión!.



** ** **

-¡Don Fulgencio…!
-Hola, doña Maruja, ¿a qué viene usted tan temprano si la misa no comienza hasta las ocho y media? ¡Ahh! ¡Madre Purísima! ¡El hombre-lobo de su marido! ¡traeré unas balas de plata que guardo en la sacristí...!
-No es un hombre-lobo, es un vampiro.
-¡Y dale...! No soy un vampiro, ¡soy un fantasma!.
-¡Ah, doña Maruja!, ¿no le dije que escogiera el funeral premium? Usted escogió el normalillo y ahora, claro, viene a molestarle el hombre-lobo de su marido. Ahora a gastar en misas y novenas lo que no quiso gastar entonces, y más.
-Pero , ¿qué novenas ni qué…? Don Fulgencio, ¡si yo lo único que quiero son mis gafas…!
-Y tú, ateazo, te lo tienes merecido: si hubieras venido alguna vez por la iglesia, no te verías ahora en este aprieto.
-No me líe, don Fulgencio… Si precisamente allí se ríen y se enfadan de lo equivocados que están ustedes, que en cuanto se mueren se van todos directitos para abajo, por ser tan simoníacos y tan sinvergonzones… ¡Maruja, por favor, que me quedan cinco minutos!¡ De lo contrario me quedaré aquí atrapado para siempre! ¡Mira, me voy sin las gafas y todo!
-Ea, doña Maruja, dice que le va a dar la hora: si se va hay que estar atentos para recogerle el zapato de cristal, para luego dar con él…
-¿Qué dice, don Fulgencio? ¡Si este no se va a ningún lado, pues menuda soy yo!
-Pero…, ¡Maruja! ¡Me has agarrado del brazo! Pero, ¿cómo? ¡Si soy ircompóreo!
-Aquí no hay ircompóreo que valga, sinvergüenza. Me vas a matar a disgustos. Hacerle eso a tu esposa: primero morirse, y luego querer marcharse por el dichoso fútbol. ¡Ea, don Fulgencio!, tenga doscientos euros: haga usted las misas que tenga que hacer, que yo me llevo a este de compras primero, y luego viene conmigo a ver la telenovela de la mañana.
-¡¡Pero, Maruja, que me condenas…!! ¡no me escuchas! ¡nunca lo has hecho!

** **

-Señorita, aquella señora de allí, que es mi mujer, desea saber si la manzana reineta está de oferta.
-¡Ay madre! ¡Un omni! ¡que alguien traiga una pistola de rayos a la línea de cajas!
-(desde lejos) ¡¡No es un omni, guapa, es el vampiro de mi marido. Y cuidado con sonreírle, que sois muy frescas todas!!
-¡¡No soy ni omni, ni vampiro, ni hombre-lobo, ni fantasma… !! supongo que soy… lo que fui siempre, un alma en pena.




dedicado al alma en pena de Fiz de Cotovelo.

jueves, junio 19, 2008

La Insurrección de los Dioses (Cuento Homérico)

Una de las mejores formas que conozco para alejar la melancolía es imaginar una bonita historia y tratar de plasmarla en el papel. Por eso escribí hoy este cuento "de superhéroes", imitando a Homero, y dándole un toque erótico. Al terminar, puedo decir que no me siento tan avergonzado de este relato como de otros. Espero que os distraiga y os sorprenda un poquito, como me distrajo y me sorprendió a mí el imaginarlo. Muchas gracias.




Salió Zeus Crónida, que amontona las nubes, del monumental palacio, subió al áureo carro del que tiraban cuatro solípedos caballos, y tras sujetar las doradas riendas tomó a gran velocidad la senda de albas nubes.

Ese momento aprovechó Hera, la de ojos de novilla, esposa del dios de dioses, para hablar así a las demás deidades en conciliábulo:

HERA: poderosas deidades, hijos, hermanos y deudos: sea vuestro poder ejercido sin tasa sobre los mortales; castigad con penas y dolores a aquellos que no se acuerden de vosotros, premiad con venturas a los que os honran con sacrificios y hecatombes, y no utilicéis vuestras artes para molestar a vuestros semejantes.
>>Mi esposo, el todopoderoso Zeus, ha salido con su sólido carro y sus enormes caballos a recorrer, como cada día, el camino de las blancas nubes. He avisado a Iris y a Hermes, heraldos veloces cual raudo rayo, para convocaros a casi todos en este ágora de dioses para tratar grave asunto.

Habló el terrible Ares, asesino de hombres, y dijo así a su veneranda madre:

ARES: ¡Madre! ¿Qué importante asunto es ese que has de tratar, que no veo a algunos dioses entre nosotros ( el padre Zeus, el vigoroso Posidón que bate el mar y ciñe la tierra, la discreta Atenea, que lleva la égida, así como tampoco mis ojos distinguen al ominoso Hades, tu hermano), que acaso debieran estar presentes?

HERA: valiente Ares, destructor de hombres, sabes que Hades no suele interesarse en los asuntos de los demás dioses sus hermanos. Sabe que Posidón y Atenea están en este momento interviniendo en un solemne asunto humano: él, desde su terrible abismo batiendo furiosamente el mar intenta acabar con la vida del humano Odiseo , mortal del mismo linaje de Zeus y fecundo en ardides, para que no pueda regresar a la patria, abrazar a su hijo Telémaco ni yacer con su esposa Penélope; y Atenea, de ojos de lechuza, ocultándose para no ser vista, intenta, oponiéndosele, compensar el mal influjo de aquél, y ayudar al Laertíada a regresar a su Ítaca natal, para que pueda abrazar a los suyos y matar a los pretendientes de su esposa, que afrentan su mansión y consumen su hacienda.
>>Son esos cuatro dioses, y algún otro que no fue avisado por Hermes, los que no deben escuchar lo que se trata en este ágora.

Los inmortales allí congregados prorrumpieron en precipitado murmurio, alarmados porque se quisiera tratar cualquier asunto sin la concurrencia de Palas Atenea, del batiente Posidón, y, sobre todo, sin que estuviese presente el mismo padre Zeus. Mas Hera, madre veneranda, diosa de níveos brazos, que sabía que el tiempo le apremiaba, dijo estas aladas palabras:

HERA: ¡Inmortales dioses! Atrapad por un momento las palabras antes de que crucen el cerco de vuestra boca, que no es mucho el tiempo del que dispongo, y quería proponeros terrible asunto.
>> Sabéis que mi esposo, el dios que amontona las nubes y ejerce su justicia sobre hombres y demás dioses, es impetuoso e iracundo. Muchos habéis sufrido en vuestro propio ser el temible efecto de esta cólera. Tú, Hefesto, bien sabes que ha no mucho que fui apaleada en tu presencia, quisiste socorrerme, pero Zeus te cogió por el pie y te arrojó de los divinos umbrales. Durante todo el día rodaste y ya a la puesta del sol caíste, casi sin vida, en la isla de Lemnos.

Asintió el contrahecho Hefesto, cojo de ambos pies, ilustre artífice , corroborando con ese gesto todo lo que su veneranda madre decía. La de los ojos de novilla prosiguió diciendo:

>>Yo misma intento siempre buscar la amistad con el Olímpico. Mas él, sin dejarse llevar muchas veces por los apacibles sentimientos, vuélvese iracundo y ejerce violencias sobre hombres, dioses, y también sobre su propia esposa.

Habló el brutal Ares, asesino de hombres, que gusta de esparcir en el sucio lodo del campo de batalla viscosos sesos, negra humana sangre, y repugnantes cadáveres, para que cuervos y buitres, aves de sombrías y de tupidas alas, tengan carne con que alimentarse:

ARES: ¡Madre! ¡Tengan los humanos destrucción y muerte, sobre todo aquellos que desconfían y nos disgustan porque no hacen divinos sacrificios! ¿Qué nos importa? Mas, la violencia a nuestros semejantes, los inmortales dioses, ha de dolernos como si fuera hecha a cada uno. ¡Unámonos todos y tengamos al todopoderoso padre, pues tal cosa me parece estás sugiriendo!

Como la sonora tormenta que en el estío llega de repente y, ya sola, ya acompañada del trueno de Zeus, deshaciéndose en lluvia cae atropelladamente sobre los árboles y la tierra, produciendo ensordecedor murmullo, así se produjo confuso clamoreo entre los dioses, asustados unos, emocionados otros, irritados unos pocos, pero todos alterados, impresionados todos por la proposición de la veneranda Hera y el terrible Ares.

Habló, asustada, la divinal Afrodita, la de hermosas caderas, que nació de la espuma del mar:

AFRODITA: ¡sangriento Ares, veneranda Hera, qué palabras proferisteis! Aunque arrebatado e irascible, el poder de Zeus sobrepasa al de todos los demás dioses juntos. De un manotazo, o asiéndonos por un pie, puede arrojarnos al tenebroso Tártaro sin que podamos oponernos. Ha no mucho le oí decir que si suspendemos del cielo una áurea cadena , los dioses y las diosas nos asimos de ella y tiramos con todas nuestras fuerzas, no nos sería posible arrastrar al Crónida a la tierra; mas si él tirase de la cadena, quedaríamos todos suspendidos en el aire, y levantaría también la tierra y el mar. ¡Tal es su poder y tales el brío y la fuerza en que nos excede a los demás inmortales! Pero, además, no todos los dioses vinimos a este ágora… Atenea, la de los ojos de lechuza, es la protegida de Zeus, es ingeniosa y, aunque nos pese, más fuerte que muchos de los que aquí estamos. Los Crónidas Posidón y Hades también vendrían al ver que sujetamos a su hermano.

Las palabras de la celestial Afrodita no sofocaron sino hicieron que subiera de punto el murmurio de las deidades. Habló nuevamente Hera, la de níveos brazos:

HERA: Afrodita, deidad de hermosa cintura, aunque asustada porque estás hecha al amor y la diversión y no a los asuntos graves, has hablado juiciosamente: Zeus nos excede en poder muchas decenas de veces. Pero he ideado una traza con ayuda de mi hijo Hefesto, que nos servirá para someter al que mueve las nubes y vivir luego pacíficamente, sin engaños ni violencias.
>>Cuando el cojo Hefesto, artífice de armas, fue esposo de Afrodita, y supo por el Sol que su mujer se juntaba amorosamente en su propia casa con el pernicioso Ares, ¿no forjó en su magnífica fragua una trampa hecha de inquebrantables hilos de un resistente material de su invención que, cual tela de araña, sirvieron para atrapar a los traidores amantes?

Los inmortales concurrentes asintieron, dirigiendo una burlona mirada a las deidades que, mucho tiempo atrás, habían protagonizado aquella historia. Hefesto bajó los ojos, avergonzado y aún algo airado. Afrodita y Ares, también avergonzados, intercambiaron una pícara sonrisa acompañada de una lujuriosa mirada.

Prosiguió la veneranda Hera, esposa del Olímpico:

HERA: Pues de ese mismo material. ¡oh, dioses, muy superiores a los hombres! lleva forjando, a petición mía mi hijo querido, una soga de la que ni mi mismo esposo, con todo su poder, podrá soltarse. Yo misma le atraparé lanzando el nudo, tras idear siniestro ardid con que distraerle. Las demás deidades partidarias de Zeus no os preocupen: sabrán a qué atenerse y que nuestro poder es inmenso, si capaces fuimos de atrapar al ser más poderoso que existe.

Habló entonces Artemisa, la que blande la jabalina:

ARTEMISA: ¡Venerable Hera! Tiempo ha que a mi padre le plugo ofenderme, afligiéndome caprichosamente y maltratándome de forma nefanda e injusta. Mi recuerdo aún se entristece e irrita al rememorarlo, haciéndome imaginar siniestros e imposibles ardides de venganza. Déjame a mí tirarle ese terrible lazo que le atrapará, pues soy hábil cazadora de rebecos y otras bestias, y mis manos están más acostumbradas que las tuyas a la acción de esas impetuosas labores que requieren de agilidad y presteza.

Alegróse Hera al escuchar estas palabras de la que caza con afiladas flechas, y al comprobar que ninguno de los dioses, ni tan siquiera el ufano y radiante Apolo, se mostraban en desacuerdo con el terrible plan que habían forjado ella misma, esposa y hermana de Zeus, y su hijo, el cojo forjador de metales.

Tomó otra vez la palabra Afrodita, la de hermosas caderas, y dijo:

-AFRODITA: Sabré yo, divina Hera, cómo distraer al Tonante:

>>En la isla de Lesbos, lugar al que doy mi gracia sin tasa y las mujeres nacen más hermosas que en cualquier otra parte de la tierra, vive una pastora cuyo nombre es Ifigenia, que quise que fuera la hembra más hermosa que ha existido, existe, y existirá sobre la tierra. Superando en belleza a la argiva Helena quien, algunos años ha, fue la causa del sitio y la guerra que a la ciudad de Troya hicieron los guerreros aqueos. Tuve la ocurrencia de que la más hermosa de todas las mujeres, de una belleza sólo comparable a la de las inmortales diosas, fuera una pastora a la que no conociera hombre alguno. Quise complacerme, por capricho, en crear la más pura belleza, que fuera ésta una vulgar pastora, y además no dejarla tomar parte del agradable placer que yo sé dar, haciendo así aquella beldad única aún más pura por ser virginal. Nada dije de mi experimento a los demás dioses hasta hoy, día en que cambio mis designios sobre Ifigenia, pues haré que se enamore de Zeus y nos sirva de cebo para atrapar al que amontona las nubes.


Esto dijo en el momento en que los corceles del Crónida resoplaban y piafaban, excitados, en los umbrales del palacio: el Tonante acababa de terminar la carrera en la que gustaba de admirar las albas nubes y sus posesiones todas.

Inquietos, dispersáronse los dioses al punto, volviendo cada uno al lugar que le correspondía, quedando sólo en el palacio Hera, la de níveos brazos, quien recibió a Zeus con afable e hipócrita sonrisa.

La voluptuosa Afrodita se subió a la Luna y, colocándose cerca de una de las puntas del astro, comenzó a balancearse indolentemente, usando el astro de Selene como si fuera una mecedora. Llegóse así, con perezosos balanceos, hasta la isla de Lesbos. Dio un salto y fue a caer suavemente en la cabaña do vivía Ifigenia, mujer deiforme, pastora de gran belleza, quien soñaba plácidamente en aquellos instantes.

Tomó la divinal Afrodita la forma de Cisilena, prima de Ifigenia, y se acercó al humilde lecho donde plácidamente dormía la cuidadora de ovejas. Admiró el rostro y el cuerpo que había creado haciéndole partícipe de su propia belleza; mientras Ifigenia estaba inmersa en un dulce sueño, la ungió Afrodita con pingüe aceite con la que logró que los tesoros de hermosura de la pastora parecieran aún más bellos y apetecibles. Vistióla luego con incomparable túnica. No pudo evitar la diosa posar sus hermosos labios sobre los de la virginal humana, ¡tan incomparable era la belleza de la pastora!, y con ella toda la noche hubiera yacido de buena gana la lúbrica Afrodita dejándose llevar por la loca pasión. Mas supo contenerse la diosa, debido a la gravedad del asunto que trataba, y, flotando en la cabaña, habló así al oído de la durmiente, acercándole la boca a su níveo rostro:

AFRODITA: ¡Ifigenia, nieta del mismo abuelo que yo, Prión, pastor sabio y prudente! Mañana vendrá un mayoral , de viril belleza, a esta tu apartada majada. Se llama Ascálafo, y es algo pariente tuyo (aquí tuvo la diosa que hacer una pausa para sofocar una pícara risa). Le ofrecerás alimento y hospitalidad. Él te hablará con sus amorosos labios quedamente, muy próxima su boca a tu cara, y te propondrá que seáis amigos. Déjale que sea amigo tuyo y que contigo yazca, que te dará placeres con mucho superiores a los que el Febo Apolo te puede dar al acariciar tu rostro por la mañana, o a los que te trae el agua del río cuando te bañas y roza agradablemente tu virginal piel, o a los que proporciona el torpe Dioniso, dios incomparable al poder de la hermosísima Afrodita, de cuya belleza participas.

Esto dijo a los oídos de la durmiente pastora Ifigenia la lúbrica Afrodita, tomando la forma de Cisilena, una prima de aquélla. Luego se marchó de la cabaña y, sonriente, volvió a montarse en la luna. Mas no pudo evitar antes de marchar dar sendos besos (en las sonrosadas mejillas, rojos labios, níveos hombros y turgentes senos) de la bella Ifigenia, de hermosura igual a una diosa.


** ** **

HERA: Cruel esposo, que gustas de hacer padecer angustiosos celos a la que tan bien te quiere, yendo en pos de diosas y de humanas, escucha a tu esposa que te adora y no quiere volver a reñir contigo.

ZEUS: Tampoco quiere tu esposo, ¡Oh, Hera, de níveas carnes!, que haya discordia contigo ni con los demás dioses; que las riñas siempre son fastidiosas, aunque sepa imponer mi parecer merced a mi fuerza, y lograr que nadie discuta mi magnánimo y justo criterio. ¿Qué te sucede? ¿Por qué vienes a mí hablándome tan amistosamente?

HERA: A mis oídos ha llegado, ¡espléndido Zeus, que muestras tu rayo en la tormenta!, que una mujer sobremanera hermosa, una virginal pastora cuyo nombre es Ifigenia, vive solitaria y modestamente en la isla de Lesbos, y que es la más bella hembra que ha existido, existe, y existirá sobre la tierra, belleza sólo comparable a la de la alegre Afrodita. Esto escuché cuando esta mañana asomé mi oído en aquella parte de la tierra. Fue oír esto y ponerse la congoja a apretar mi pecho con su funesta garra, y comenzar los celos a aprisionarme el corazón. Por eso vengo a ti amistosamente. Quiero pedirte, ¡Oh, todopoderoso!, que, puesto que mantener la paz entre nosotros ambos pretendemos, no te acerques a esa mujer ni con ella te juntes en amoroso lecho ya que grandes sufrimientos preveo si eso sucediera.

Sonriose el Cronión. Pero dijo taimadamente:

ZEUS: No temas, Hera de pálidos hombros, que mucho ha que no me acerco a Lesbos, ni tengo pensado acercarme hasta dentro de no menos de cien años humanos; entonces esa pastora ya no mantendrá en ella ni su vida ni su belleza. Será sólo un repugnante grupo de amarillentos huesos y negras cenizas. En cambio tus carnes seguirán siendo tan pálidas como lo son hoy, y tus abrazos igual de deleitosos.

Esto dijo el Tonante que lanza los rayos mientras amistosamente abrazaba a su esposa. Al rato cogió el sólido carro, tomó las áureas riendas, piafaron los solípedos caballos, y tomó, como cada día, la senda de las albas nubes. Mas desviose cogiendo el camino que llevaba a la fecunda isla de Lesbos, lugar donde las mujeres nacen las más hermosas de la tierra.

Bajó del carro el dios de dioses y saltó a tierra. Tomó luego la forma del mayoral Ascálafo, quien servía al rey de la isla y poseía portentosa varonil belleza. Dirigiose a la cabaña de la majada donde apartadamente vivía Ifigenia. ¡Cuán impresionado quedó Zeus por la belleza de la humana! ¡Tan hermosa había hecho Atenea a la nieta del juicioso Prión!

Ifigenia, recordando las palabras de su prima Cisilena en el misterioso sueño de la pasada noche, ofreció comida y hospitalidad a Ascálafo.

Zeus dijo a la pastora que su señor, el rey de la isla, le había dado órdenes de contar todas las cabezas de ganado que en aquella fecunda tierra había. Dijo esto y otras cosas con sus varoniles labios cerca del rostro de la pastora. La virginal Ifigenia, a pesar de su timidez, pues nunca conociera a hombre alguno, no se apartó de los amorosos labios del dios, cuyas palabras salían dulcemente, y que fueron pasando de los negocios al amor, proponiendo a aquélla que fueran amigos y que se juntaran amorosamente, procurándose mutuo gozo, placer propio de dioses.

Aceptó Ifigenia, sin poder disponer otra cosa, tal como le había susurrado Atenea que debía hacer.

Cuando Zeus más impetuosamente amaba a la más hermosa de las mujeres, y los suspiros de amor de aquélla llenaban la estancia de un canto de pasión y dulzura, sintió que un poderosísimo lazo ataba sus brazos, y luego, sin dejarle tiempo a reaccionar y lanzar el terrible rayo a quien así le atacaba, sintió que también le ataban sus pies y sus manos. Artemisa había atrapado al Crónida cual captura al herido corzo, vengándose así del infame hecho con que Zeus la había baldonado.

El hilo que el contrahecho Hefesto trabajosamente había tejido era tan poderoso que ni el mismo Zeus, a pesar de su pavorosa fuerza, podía romperlo. Daba el Crónida grandes voces, que se oían por toda la tierra, y hacía formidables esfuerzos por romper aquella indestructible cuerda, que apenas se resentía ante el inconmensurable poder ejercido por el dios de dioses.

Afrodita y algunas otras deidades huyeron despavoridas, pues los gritos, proferidos de un modo tan espantoso, les pusieron en fuga. Y eso a pesar de que el dios padre no podía liberarse. Gritaba el prisionero:

ZEUS: ¿Quién osa…? ¡Ah Hera, ah Artemisa, ah Apolo, ah Hefesto, ah Ares, ah deidades todas, cuán horriblemente sufriréis mi ira! ¡Cuán aterradoramente castigaré a dioses y a mortales por haberme infamado de este modo! ¡Soltadme presto, o mi cólera irá en aumento hasta llegar a destruir la tierra toda! ¡Atenea, hija mía, a quien prefiero entre las demás deidades, salva a tu padre, a quien los demás inmortales se han atrevido a baldonar vilmente! ¡Hades, Posidón , venid hermanos y destruid, matad, acabad con todo ser que pueble la tierra y el cielo!

Esto dijo. Pero ninguno de los dioses a los que suplicaba le escuchó, por estar Atenea ayudando a Odiseo, Hades en su negra morada do los gritos de la tierra y el cielo no llegan, y Posidón en su trono, allá lejos bajo las aguas.

Adelantose a las deidades Hera, la de ojos de novilla, orgullosa y triunfante. Burlonamente dijo:

HERA: Colérico Zeus, carísimo esposo mío, ¿no te advertí? ¿no me dijiste que no vendrías a Lesbos hasta que transcurrieran no menos de cien años humanos? Sabe que no sufriré más por los perniciosos celos, que corroen el pecho de los mortales y de los dioses, pues te tendré siempre atrapado para que no vayas detrás de mujeres humanas ni de bellas deidades. Y que un nuevo orden de dioses llega, un reinado mío presidido por la armonía, sin ira ni afrentas, donde los dioses nos tratemos como iguales y la única violencia sea la ejercida contra los mortales descreídos, que sufrirán las consecuencias de no rendirnos pingües sacrificios.

Esto decía la de los níveos hombros mientras Apolo, Ares, Hermes, y otras deidades rumiaban para sí siniestros ardides, sobre cómo quitar el reino a Hera, y, sustituyendo a Zeus, imponerse en poder y gobernar sobre los demás seres.

Respondió Zeus, que junta las nubes, a su esposa Hera:

-¡Hera, regia esposa ! ¡Suéltame cuanto antes! ¡Tendrás tu justo castigo, mas con esto no será tan cruento como el que recibirán los demás dioses, por estar tu pecho tan afligido por los celos que obnubilan tu mente y te hacen volverte contra mí! ¡Suéltame o juro que…!

En ese instante Zeus viose libre y, cual león que rompe la trampa que le han puesto los cazadores, dejó el Crónida sentir su terrible cólera en mortales y dioses, atravesando por el rayo a aquellos y quitando al vida a muchos centenares, asiendo de los pies a éstos y lanzándoles hacia la tierra donde, al caer dando vueltas tras larga trayectoria, recibían enormes heridas.

El nudo que tan oprobiosamente le sujetaba había sido desatado por su amante, la virginal Ifigenia, de hermosura similar a la de una diosa, quien, dejándose llevar por la pasión más intensa, se atrevió, siendo mortal, a soltar la cuerda creada por Hefesto y que ningún humano podía tocar sin menoscabo de su vida.

Murió al instante la dulce pastora tras liberar a su amante, pagando así terrible tributo.

Había tenido, en la cúspide de la pasión amorosa, la osadía de compararse a los dioses.

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nota: ilustraciones:
1. Zeus y Hera
2. La Fragua de Vulcano, de Velázquez
3. Afrodita
4.El Cinturón de Afrodita, de Cris de Lara (ha sido tomada de aquí. )
5. Zeus en su carro, en pleno combate.

domingo, junio 15, 2008

el caso de Ángeles, los yogures y el tiempo

Mercelino H. no tenía ni pajolera idea de física ni de matemáticas. Sin embargo intuitivamente y mediante experimentos mentales había llegado a la conclusión de que el viaje en el tiempo era posible. La respuesta estaba en cierta sustancia que sólo se halla en los yogures caducados:




Al principio sólo conseguía indigestiones severas de las que tardaba semanas en recuperarse. Pero el caso era que seguía creyendo que no se equivocaba. Así que siguió visitando los murales frigoríficos de los supermercados que él sabía que eran descuidados en las caducidades, y rebuscando en el fondo, hallaba pequeños "tesoros":




El yoplait lo cambió todo. Lo supo cuando, entre vómitos y otros penosos síntomas, pudo ver en televisión cómo eliminaban a la Selección Española en el mundial de Méjico `86, un episodio de Tristeza de Amor y otro de Canción Triste de Hill Street, y Manuel Campo-Vidal y Ángeles Caso anunciaban en el telediario la victoria del PSOE en las elecciones generales. Entre ardores de fiebre llegó a la extraña conclusión de que la presentadora asturiana era en aquella época “muy abrazable”, aunque sin llegar al nivel de deseo que se alcanza con las periodistas-modelo de hoy día, esas "zorritas" que hacen que Mercelino H. vea sin pestañear hasta el apartado de economía de los telediarios. ¡su nivel de embebecimiento erótico llega a tal punto entonces, que está convencido de que la inflación no es un tecnicismo macroeconómico!



¡Pobre desdichado …! Nuestro protagonista nunca supo que no viajó realmente en el tiempo, que estaba completamente equivocado en lo de los yogures caducados, que hay algunos canales de TV que se dedican a reponer series y otras cosas del pasado televisivo…

Sobra decir que la indigestión fue de aúpa. El doctor dijo que el aparato digestivo había quedado dañado permanentemente después de la terrible infección.

sábado, junio 14, 2008

Viaje a Maro.

-Es un muchacho idóneo para el viaje.
-Sí, yo también lo creo…, y sin embargo…
-Es demasiado distinto a los demás. No encaja. Nunca lo hará. Todos le rechazarán siempre. Y si alcanza el planeta Maro, será feliz.
-Será un viaje de decenas de años… Toda una vida en un páramo de soledad...
-Da igual. Hay que intentarlo. Es él. Es el que buscamos… Sería infeliz de todos modos…

Los dos hombres que así hablaban se desvanecieron en la mente del niño. Los hizo desaparecer su fantasía para sustituirlos aquel día por quince, ciento, mil variados ensueños, alegres los más, tristes unos pocos, y todos fantásticos, fulgurantes del vívido brillo que les da el cerebro infantil.

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¿Quién podría explicar por qué algunos recuerdos insignificantes vuelven después de tantos años mientras que otros que nos son más queridos se borran para siempre?

Cuando tenía poco más de cuarenta años, el que fuera aquel niño recordó esa vieja fantasía que había imaginado a la edad de diez. Y de nuevo le pareció ver ante sí a aquellos dos hombres encorbatados que parecían sacados de una película yanqui de ciencia-ficción.

Supo que había llegado al final de su viaje porque recordar la fantasía fue también dotarla de significado.

Había viajado aquellos treinta años luz de melancolía teniendo siempre una recóndita, pequeñita ilusión, una inefable esperanza de encontrar algo mejor en esta vida gris.

Miró a su alrededor. Donde se supone que estaría el planeta Maro, no había nada. No había nadie.

Desde aquel día en que recordó la banal fantasía de la niñez, su ánimo fue ya siempre un poco más triste. Como si una parte importante de la esperanza hubiese muerto dentro de él.

¡Y cómo lloró al descubrir que el nombre del planeta bien podía ser un anagrama!

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ilustración: Lunar, de Tina (¡gracias!).

viernes, junio 06, 2008

la llamada de la tierra

Hace días que he muerto, ¿ y a quién le importa?. A nadie. Estoy solo. ¡ Tan solo!

La tierra – la fría y húmeda tierra – me llamaba desde hacía varios años. En realidad nos llama a todos, pero sólo unos pocos desgraciados podemos percibir esos lúgubres ecos. Un mareo repentino. Una sensación de angustia, y la necesidad de cobijarse, de alejarse del vacío. Agorafobia lo llamaba mi loquero. Qué mentecato. Yo sabía que era la tierra siempre hambrienta que anhela engullir más y más. Tiene prisa... ¡como si no fuera a acabar digiriéndonos a todos!

¿Y ahora? ¡he muerto! La oscura tierra me devorará finalmente. Y, conmigo, devorará el recuerdo de todos los sueños que un día tuve. Qué marchitos, qué putrefactos se ven desde aquí, sin el brillo de la esperanza. Sin embargo, ¡qué luminosos, qué halagüeños eran en la mocedad! Incluso aun siendo melancólicos (porque sabía que nunca podrían realizarse) qué colorido tenían. ¡ay, lo que daría por poder soñarlos de nuevo!. La mayoría de la gente sueña con riquezas, con fama, con placeres imposibles... Mis anhelos, en cambio, ¡eran tan humildes!. Deseaba lo que otros ya daban por hecho: una vida normal, el amor de una mujer… y no sentir, no, no volver a sentir nunca la llamada de la tierra.

* * *

Pero, si estoy muerto, ¿de quién es el delgado hilo mental, el discurso que en forma de débil voz va y vuelve, y dice estas frases en lo más profundo de mi cabeza? Ha de ser mío… No estoy muerto entonces sino dormido.

...Sí, dormido…

… Hace tiempo que dormir no significa lo que significaba antes… Si los mismos desagradables pensamientos me atormentan también cuando duermo, ¿de qué me sirve dormir? No hay sueño reparador si lo que se sueña no es placentero. Hace muchos años que mi sueño no me reconforta…

* * *

Pero...esa repugnante sensación en la boca del estómago, en la garganta… La náusea… La náusea me hace comprender que no estoy dormido… sino despierto. Sí, ¡despierto!. Bueno, a medias, estoy en algún lugar entre la vigilia y el sueño. Pero ¡tan cansado!... Ah, otra vez, ¡qué desagradable!. Quiero vomitar. Voy a vomitar. No, no tengo fuerzas ni para eso. Me duermo… me duermo…

* * *


¡Qué ironía…!: toda la vida sintiendo el eco de la muerte llamándome desde la tierra, fastidiando mi vida, convirtiéndome en un auténtico bicho raro, haciéndome por siempre infeliz, incapaz de llevar una vida normal, y heme ahora aquí, al borde mismo de la muerte, cada vez más cansado, cayendo en un penoso sueño de dolor y de náusea, y deseando vivir, ¡vivir, vivir más!, viendo mi desesperación de las pasadas semanas como atravesada por un tamiz nuevo que la hace menos punzante..., completamente arrepentido de haberme tomado todas esas pastillas.

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