Supón que hay una tenue niebla gris que rodea casi todos los objetos que ves: los coches, el pavimento, los edificios, las personas... incluso el cielo, donde esa misteriosa niebla se confunde con el gris más oscuro de las nubes.
Supón ahora que esa triste niebla que lo oscurece un poco todo, siempre ha estado ahí para ti: quizá sea un fallo en tu retina o en las células de la parte posterior de tu cerebro, las situadas en el lóbulo occipital, que son las que se encargan de que veamos. Así que tú nunca has percibido las cosas sin esa niebla... bueno, quizá hace mucho, en tu infancia; pero como si no, porque no recuerdas la percepción correcta y estás convencido de que las cosas son tal como las ves, teñidas con un tono más oscuro por culpa de la niebla de marras.
Pero hay dos cosas insólitas que te hacen sospechar que esa niebla no es exhalada realmente por los objetos, que es algo subjetivo, una particular (y errónea) percepción exclusivamente tuya. Una es que determinadas horas, días, incluso semanas enteras, esa niebla casi desaparece por completo: los colores son más vivos; la luz, más intensa; el mundo, más agradable.
La otra cosa que te hace pensar que esa niebla forma parte de ti es que, aun en los días en que la desagradable niebla gris lo invade todo con bastante intensidad, hay determinados seres que no sólo no exhalan esa niebla, sino que tienen a su alrededor una especie de halo contrario: un aura de luz transparente que no se ve afectada por la fealdad gris del entorno. Una mujer hermosa, un inocente niñito que ríe, un familiar, una película que te entusiasma... pueden producir ese efecto.
Supón, en fin, que la niebla gris es simplemente un símil, un término que has elegido para hablar de tu melancolía y colgar otra gilichorrada más en tu vacío e insulso blog.
NOTA: imagen: La Puerta del Sol, óleo pintado en 1902 por Enrique Martínez Cubells Ruiz (1874-1917). Museo municipal de Madrid. ( puedes pinchar sobre la imagen para aumentar)
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