Desde hacía algún tiempo al novelista se le rebelaban los personajes: no hacían lo que él quería… Por ejemplo, don Brido, que siempre había sido tan dócil como un perrito, ahora se desenamoraba de la Juanita Misiego para dedicarse a estudiar ¡el magnetismo animal!. la Misiego dejaba de ser casta y pura, como el autor se había propuesto en un principio, y empezaba a tener más líos que Ninon de Lenclos. Por no hablar de don Fausto, el sacerdote, que empezaba a perder su hasta entonces sincera fe; o de don Ataúlfo Camposanto, el empresario de pompas fúnebres, que dejaba de ser el mezquino usurero que era al principio de la novela y comenzaba a cultivar la filantropía.
Aunque qué mejor prueba de esa insurrección que a la postre daría al traste con la novela que el cambio de actitud del en principio anecdótico personaje Rodrigo Quijada, el periodista de la villa (trasunto del autor), que había ido adquiriendo un protagonismo inusitado, llegando a aparecer en casi todas las páginas; para colmo dejaba de interesarse por buscar la verdad y se había vuelto desde hacía algunas semanas marcadamente melancólico, pesimista…:
-Mañana mismo subiré al campanario de la iglesia y me arrojaré al vacío – solía decirse últimamente.
“¡Maldita sea! ¡Si supiera la causa de este descontrol! ¡Mis propios personajes no me obedecen!”, se lamentaba el autor.
¡Pobre escritor… ! Estaba perdiendo la capacidad de novelar y comenzaba a vivir de verdad.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario