Se encontraba Jaimito en el parque, cuando pasó una chica cañón que estaba buscando a su perro ( que se llamaba “Mistetas”). Y le dice a Jaimito:
-perdona, ¿has visto a "Mistetas"?
Y, aunque la chica era estupenda y tenía una delantera adecuada para hacer un chascarrillo burdo, a Jaimito no le hizo gracia alguna porque ya estaba harto de chistes fáciles y de tonterías, y no tenía gana de hacer otro más aquel día. Estaba hasta “la salchicha de Jaimito” de protagonizar chistes infantiles. Quería interpretar chistes de otro estilo: filosóficos, agudos, de humor inteligente; a lo Woody Allen; a lo Monty Python. ¡Cuánto más prestigio tenían esos que él!. Bien mirado, hasta los del Lepe tenían más prestigio (que ya es decir).
-¡Se acabó, se acabó! A partir de ahora sólo daré respuestas inteligentes, sublimes. Y a los que me vengan con algo de “culo” y “teta”, les mandaré a paseo. En cuanto llegue a casa, abro la nevera y descongelo el libro de Historia de la Filosofía, y a partir de ahí, a ver qué se me ocurre.
E intentó seguir por ese camino. Creció leyendo y estudiando mucho, y a todos los que se encontraba en las situaciones equívocas de siempre, trataba de soltarles chistes inteligentes, cultos: sobre Plutarco, sobre el teorema de Fermat, sobre la obra de Menéndez y Pelayo, sobre la ontogenia y la filogenia de Haeckel… Pero sus chistes no eran bien entendidos por la gente:
-¡Eleuterio…!- decía, llamándole, a su profesor de física en la universidad.
-Jaimito, eso de “Eleuterio”, no me gusta nada: llámeme con don.
Y, en vez de hacer el chiste obvio (y malo), Jaimito saltaba:
-¿Eleuterio, cree que la Teoría de la Relatividad General es de un rango superior a la de la Relatividad Coronel?
Pero nada, no hacía gracia a nadie. Y encima sus profesores le cogían manía.
De tanto ahondar en complicados tratados en busca del conocimiento adecuado para hacer el chiste perfecto, Jaimito fue volviéndose huraño y triste. Acabó enfermando de melancolía, y fue desmejorando más y más.
En el hospital, ya muy apagado, con apenas un hilo de vida, cuando pasaba el médico en la visita diaria no tenía ganas de hacer aquel chiste de antaño (que tantas veces había hecho) de:
-Doctor, ¿podré tocar el piano cuando mejore?
Ni siquiera tenía ganas de hacer una inteligente gracia que se le había ocurrido hacía algún tiempo, sobre Semmelweis y la fiebre puerperal.
Muy consumido, entró en agonía una triste noche y murió finalmente, entre las lágrimas de los que bien le querían.
Pero los niños del Lepe notaron de golpe que les faltaba algo, como cuando se murió Campanilla. Pero en vez de “¡Creo en las hadas, creo en las hadas!”, los leperinos empezaron a gritar: “¡cacaculopedopís, cacaculopedopís!”.
Yo también grito la infantil cantinela, con la esperanza de que vuelva de entre los muertos y lo intente de nuevo, esta vez con éxito, con los chistes de humor negro. :/
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2 comentarios:
Ops!!!
Pobre Jaimito; ¿Y a que se debió ese cambio tan trascendental?
Si es que se es más feliz siendo tontín.
jeje que bueno lo de teniente coronel : )
Pues nada,a ver si regresa, me gustan más sus últimos chistes filosóficos, pero si vuelve con "cacaculopedopis" pues tb le aceptaremos hombre... que ya son muchos años con jaimito :P
besazooo
sí, Eva :) ¡cuánto más feliz era el hombre antes de que tu tocaya le diese a probar de aquella manzana y adquiriese con ello el conocimiento! . Claro que si la que le dió la manzana al Adán era una Eva tan maja, guapa, y buena como tú :), yo les disculpo sin dudar.
gracias por todo :)
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