domingo, marzo 02, 2008

La Muerte y Los Cuatro Hermanos (Cuento)







Tres jóvenes hermanos harto envidiosos, en cuyos corazones anidaba la malicia, hablaban así en el funeral de un cuarto, famoso por su virtud y bondad, muerto súbitamente en la flor de la vida debido a cruda y brusca enfermedad:

-Hermanos míos: aunque la muerte hace que todos se aflijan y digan palabras bonitas en las exequias de uno y hasta un tonto pueda pasar por virtuoso (como nuestro hermano mayor), es cosa fea y espantable. Desde hoy mismo comenzaré a pergeñar las trazas para, con todas mis fuerzas y mi habilidad, librarme de tan funesta dama. Y tened por seguro que lo haré.

-Hete ahí que has tenido una gran idea, joven Glavro, y que por algo dicen que desde pequeño siempre despuntaste en la audaz inteligencia, así como también decían que Probo, hoy fallecido, destacaba por su bondad; aunque yo creo que de Probo lo decían simplemente porque era un necio que no gustaba de divertirse. ¡Seguiré tu ejemplo y por mis propios medios trataré de librarme de la Negra Enlutada!.

-Teuco y Glavro, aunque de menor edad que yo habléis hablado como carne de mi propia carne, pues soy de ese mismo parecer; y desde hoy yo, Caudal, juro con vosotros librarme de la fea muerte y no dejarme cortar por su afilada guadaña, no como nuestro hermano Probo, tan imbécil que nunca supo apreciar la importancia del oro.

Así dijeron los indecentes hermanos el día del entierro de Probo. Y allí mismo apartadamente de los demás allegados, bajo un antiguo busto de un emperador romano que los miraba con sus ojos sin pupilas, juraron burlar a la fiera y horripilante mujer cuyo mortal abrazo, bondadoso lector amigo, conoceremos algún día.

*****


Cuarenta años después, Glavro, Teuco y Caudal eran tres ancianos; y aunque suele decirse que la vejez dulcifica y hasta las más ruines almas al alcanzarla pierden algo de su maldad (acaso porque la ancianidad lima los vicios, tan vivos cuando el cuerpo es lozano), lo cierto es que ninguno de los tres había visto menguada la raíz de venenosa hiedra que desde siempre medraba en sus corazones.

Caudal, merced a su maestría en los negocios y a sus pocos escrúpulos en el trato a sus semejantes, se convirtió en uno de los hombres más ricos del mundo. “Tiene una montaña de dinero”, decía de él la gente. Y no lo decían metafóricamente: tenía tanto oro que vivía en una torre hecha en gran parte de este metal.

Un día notó que las fuerzas le fallaban y el aliento con dificultad salía de sus pulmones. Cayó enfermo y, asistido por los mejores médicos del mundo amén de por criados sin número, yacía en su suntuoso lecho.

Durante su enfermedad, y cuando sus fuerzas se lo permitían, se asomaba a la ventana de la torre para ver si veía venir a la Muerte.

A las dos semanas de estar enfermo vióla, efectivamente, venir a lo lejos caminando lenta, muy lentamente. Fue por la noche, momento en que dicen que en su guadaña puede verse reflejar la luz de la luna, y su pálida y ominosa faz contrasta con su oscuro, negrísimo manto. Dijo entonces para su capote:

-Ya vienes a lo lejos con tu pausado pero constante paso… Mas, ¡Santo Cielo, qué espantosa eres! No, no debo mirarte, pues tu misma figura me horripila y paraliza. Cerraré la ventana y pondré en marcha mi plan.

Cada vez más desfallecido, en la cama de nuevo, entre mareos y vahídos pidió a sus criados que arrastrasen a su lado un baúl ricamente labrado que escondía bajo su cama. Tal hicieron. Sufrió un último desmayo y, cuando se recuperó, ya escuchaba los pasos de la Muerte subir peldaño a peldaño las escaleras de la torre. Al fin, la pavorosa figura, de no menos de cuatro varas de alto, entró agachándose en la habitación, y continuó acercándose lentamente al lecho (¡qué espantosa era su gigantesca negrura!).

Caudal pidió a un criado suyo que abriese la tapa del baúl cuyo interior comenzó a reflejar las luces de las teas que iluminaban la habitación, multiplicándolas; y, con delirante voz, dijo estas razones:

-Oh, Negra Dama, omnipotente señora que ejerces tu poder sobre la vida de todos los mortales, yo te ruego: ¡Escúchame!

La Muerte se paró al lado de la cama, como accediendo a la petición del moribundo; prosiguió éste:

-En ese baúl, Oh poderosa señora, he reunido en las más valiosas piedras preciosas toda la riqueza de que he sido capaz a lo largo de cuarenta años. Y, dado que soy el hombre más rico del mundo si no contamos al príncipe otomano, ahí tienes, por tanto, una gran parte de las riquezas de la tierra. Las he reunido para ti. ¡Para ti! Llévatelas. Son tuyas. Y lo único que te pido a cambio es que me dejes vivir veinte o treinta años más.

La Muerte, que dicen que es sorda, escuchó, sin embargo, la petición del agonizante; o, al menos, estuvo parada ante su lecho, expectante, mientras aquél hablaba. Miró curiosa las riquezas.

Al cabo, su descarnada mano sacó un reloj de arena de entre la negra túnica (más negra que la más negra noche). En el reloj venía escrito un nombre, “Caudal”, y justo entonces caían los últimos granos de arena dentro de él.

Levantó la guadaña y segó la vida del rico.
*****
Teuco envejeció siendo el más desvergonzado libertino de quien tuvo recuerdo el mundo. De sus bacanales guarda memoria esa parte de la Historia que no se dedica en exclusiva al estudio de reyes, estados y guerras.

Como el placer en los espíritus malvados va en muchas ocasiones acompañado de la violencia, sus orgías terminaban a veces envueltas en sangre, sufrimiento, y muerte. ¡Cuántos padres desconsolados lloraron la desaparición de sus niñas, apenas mujeres, sin saber el terrible fin que tuvieron en manos de Teuco y sus abominables amigos!

Fue una de esas desdichadas muchachas quien, en un instante de desesperación, logró arrebatar a su verdugo uno de los puñales con los que estaba siendo torturada, y clavárselo en un costado al viejo.

Teuco, malherido, dió un traspié y, al levantarse, vio ante sí la imponente figura de la alta Enlutada.

Presa de un gran pánico, empezó a gritar a la nada:

-¿Cómo? ¿Qué haces aquí? ¡Hice un trato contigo hace años cuando tuve aquella enfermedad: yo te proporciono almas jóvenes que satisfagan tu apetito de vida y tú te olvidas de mí y no vienes a buscarme!¡Lárgate y déjame seguir con mi labor!

La Muerte, por toda respuesta, bajó violentamente la guadaña sobre el cuello del libertino.
*****

Glavro poseía el número y la palabra. Digo con esto que dedicó toda su vida al estudio de las humanas ciencias, que, en aquella época, incluían también el anhelo (metafísico, poético) de dominar la naturaleza mediante la magia.

Fue reputado en las principales universidades europeas gracias a su famoso sistema, de ecos claramente platónicos, al que añadía una componente hermética. Detrás de cada objeto, idea, espíritu, animal, etc., había palabras. Esas palabras, acaso incomprensibles para el hombre, sólo eran conocidas por el Hacedor, Quien, al nombrarlas, provocaba un perpetuo movimiento: desde cambios en la esencia de los seres hasta mudanzas en el pensamiento y la voluntad del hombre…, pasando por el nacimiento y la corrupción de los seres. “El paso del tiempo es el constante fluir del discurso de Dios”, era el principal axioma de su doctrina.

Aunque pueda pensarse que en la época tales teorías hubieran sido consideradas blasfemas con gran facilidad, no fue así en el caso de las de Glavro: su reputación, su extrema inteligencia, la protección y estima que le brindaban los reyes, hacían que los defensores de la ortodoxia no pudieran acercarle la tea.

Glavro era el más joven de los cuatro hermanos y el único que quedaba con vida. Sin embargo, en el momento en que nos encontramos con él, tenía casi cien años… pero su cuerpo apenas aparentaba los cincuenta. Tenía una hermosa y lozana mujer, y disfrutaba de una posición holgada en lo económico.

A Glavro la vida le trataba con dulzura. Era ciertamente feliz. Sí, parecía poseer el secreto de la felicidad. Y tenía fama de virtuoso y humilde. No obstante, para alcanzar aquella posición había tenido que hacer esfuerzos que los demás hombres no podrían concebir… Y también había hecho cosas innombrables, terribles, que nadie en su sano juicio comprendería.

Un día en que plasmaba en el papel sus memorias, no pudo evitar recordar el juramento que había hecho con sus hermanos hacía mucho, mucho tiempo. Tampoco pudo evitar que una despreciativa sonrisa asomara a sus labios al recordar a sus hermanos. ¡Menudos imbéciles; sobre todo el tonto de Probo! Pero, ¿acaso la humanidad toda no era imbécil?. ¡Pobres tontos condenados desde la cuna!

Al mirarse, lleno de satisfacción, en el espejo del cuarto (“Busca espejos y hallarás al vanidoso”, dijo algún sabio… o debiera haberlo dicho), vio, detrás de sí, cerca de la puerta, una horrenda figura negra; tan alta que tenía que encorvarse para no tocar en el techo.

Glavro se levantó asustado y diose la vuelta, tirando el manuscrito y demás recado de escribir. Señaló a la negra figura y dijo, muy sorprendido:

-¡¡¡Tú!!!

Mas luego, recomponiéndose, empezó a pronunciar, imperioso, unas extrañísimas palabras que no pueden ser escritas pues no hay grafía para ellas.

La Muerte estaba, como decimos, encorvada; su capucha parecía no mirar a Glavro directamente, sino hacia el suelo… Hacia su mano, que sostenía un reloj de arena con un nombre en él escrito. En el reloj caían los últimos granos.

La Dama guardó el reloj en su seno, levantó la guadaña y la descargó, inexorable, sobre el sabio.

Glavro, antes de morir, tuvo un fugaz e insólito pensamiento.

Recordó a su hermano Probo. Recordó su estúpida bondad, su virtud sin doblez, su honradez sin provecho. “Lo más parecido a la inmortalidad… es eso. La bondad, incluso cuando, por serlo, es mortificada; pues algo de ella permanece en los demás y se transmite a otros, y de estos a otros más. ¡Ah, Muerte inclemente, me has convertido… en un imbécil!”

******
nota: imagen1, grabado de Gustavo Doré que representa a la Muerte en un caballo blanco; imagen2, La Muerte y el Emperador, grabado de Hans Lutzelburger; imagen3, fotografía de un libro medieval; imagen4, El Caballero, La Muerte y y el Demonio, de Alberto Durero.

8 comentarios:

alfonso dijo...

Me ha gustado el cuento.
De momento no estoy preocupado, tengo un pacto con Ella, creo que ya lo sabes. Gastaré el tiempo leyendo tus cuentos.

Carlota dijo...

Me dejó sin palabras con este relato... estupenda la última reflexión del hermano más joven, aunque sea de imbéciles... debiera haber más imbéciles en este mundo, señor Imbelecio. Un beso!

Paula - Canarias dijo...

Déspota Avaricia, egoísta y cruel Lujuria, Soberbia infinita...

Caen las altas torres, y sólo queda humo que a la postre ni roza las sandalias del humilde peregrino.

¿Eres un romántico reencarnado? Leo tu cuento y hasta miedo me da pensar en la transmigración e las almas...

Personalmente prefiero a Bécquer antes que a Espronceda, y mil veces a Poe antes que al sevillano. Por cierto, como veo que has puesto en otro artículo o entrada musicalizaciones, o como se llamen, de La Canción del pirata, te confesaré, ahora que nadie nos oye, que una de mis canciones preferidas es Annabel Lee, de radio Futura, sobre un poema de E. A. Poe.

Muy borgiana la selección de grabados. Me encanta. ¿Por qué se mezclarán de esa manera placer y horror, estética y muerte?

Salud, querido amigo.

Anónimo dijo...

Y cómo me gusta ese acento asturiano narrando historias a la luz de una vela (como dijera Plans) hilvanando los designios de La Parca.

Será por tener reciente la última película, me parece un poco "Coen" la reflexión sobre la imbecilidad como santuario de inmortalidad. La ignorancia y candidez como refugio del horror del conocimiento.

El imbécil siempre sobrevive. Larga vida al imbécil.

Pd.: felicidades por el cuento.

M. Imbelecio Delatorre dijo...

hola!!!:


gracias a todos por vuestras palabras. ellas mismas hacen que mi tonto cuento valga más!!

ñoco: a mí tampoco me preocupa mi muerte... aunque mucho -mucho- la de los demás :(

Carlota: :) opino igual que tú. todo es fealdad en el alma humana... a veces pienso que vivimos en una novela picaresca, donde apenas hay buenos sentimientos. definitivamente, la gente me repugna.

alma cándida: qué palabras más bonitas =) . sí, el romanticismo es mi movimiento literario favorito (bueno, la verdad es que me encanta todo el XIX en literatura). a mí también me chifla esa canción de Radio Futura. oye, si te gusta tanto Poe (afición que compartimos), bucea un poco por esta web. encontrarás para descargar cuentos suyos dramatizados por profesionales.

manu: tanto tú como yo debemos mucho a Plans y a sus Historias. ¿podrás creerme si te digo que escucho cada día algún programilla, o algún trocito (de los que conseguí por ahí por internet)? Creo que se puede ser bueno sin ser tonto... aunque en general, vemos que no (hasta el mismo lenguaje ofrece palabras que sirven para designar a las dos a la vez: "cándido", por ejemplo:

cándido, da.

(Del lat. candĭdus).


1. adj. Sencillo, sin malicia ni doblez.

2. adj. Simple, poco advertido.

Paula - Canarias dijo...

¿Por qué te crees que mi pseudónimo es "alma cándida"...? Se cae de puro simple...


:) :) :)

To The Gates Of Blasphemous Fire!!!!! dijo...

ES UN EXCELENTE CUENTO CORTO AMIGO.

NO SOY UN LECTOR ÁVIDO, PERO ME PARECIÓ MUY MUY BUENA LA FORMA EN QUE LO ESCRIBISTE, ENHORABUENA.

SOLO ME QUEDÓ LA CURIOSIDAD DE SABER SI ES DE TU AUTORÍA O LO RETOMASTE DE ALGÚN ESCRITOR, OJALÁ ME INFORMES PARA BUSCAR MAS MATERIAL TUYO.

SALUDOS Y GRACIAS POR COMPARTIR.

TOTHEGATES, MÉXICO, DF.

M. Imbelecio Delatorre dijo...

muuuuuchas gracias, amigo.

sí, es mío y no está inspirado en ningún autor. otros cuentos que tengo sí están inspirados o intentan a imitar a autores, pero este no. gracias. me subes la moral, porque una vez los escribo me dejan de interesar y me parecen feos. otro cuento mío que suele gustar mucho es CUATRO NÁUFRAGOS.

perdón por la tardanza en publicar tu comentario, no me avisó gmail y apenas entro en blogger.

muchas gracias por leerme . un abrazo desde España.