El anciano cerró el desportillado libro y puso una entrañable mirada en el pequeño Oinotna. El pálido rostro del niño mostraba gran asombro, y cierto miedo.
-¡Oh, dziadek (abuelo) Basha! En tus historias de miedo los hombres casi siempre ganan…, ¿verdad que casi siempre ganan?
Un asomo de sonrisa se dibujó en los labios del viejo mientras acariciaba el enmarañado pelo del niño.
-Sólo son viejas historias de miedo…. – se movió lentamente hasta colocar el libro en un hueco de la oscura estantería; entonces añadió: - ¿Te ha gustado?
-¡Oh, mucho! ¡Quisiera que mañana me lo leyeses de nuevo!
Las palabras del pequeño Oinotna producían en el ánimo del anciano un apreciable efecto, como la buena música en el del melómano.
-Mañana lo leeremos juntos otra vez. Pero ahora debes acostarte. Es tarde.
Los ojos del pequeño recorrieron la estancia con cierto nerviosismo. El cuento de miedo había influido en su imaginación poderosamente.
-¡Oh, dziadek! No te vayas aun, ¡quédate un rato más hasta que me venga el sueño!
-Es tarde, Oinotna, y debes dormirte. Además, no tienes nada que temer. Sabes que los humanos no existen. Bueno, una vez existieron... Pero hace muchos siglos de eso. Ya no los habrá nunca más.
El viejo pasó una vez más su mano pálida y fría por el pelo del muchacho con un cariñoso gesto, esperó a que el pequeño se recostara en su húmedo lecho, y salió de la oscura estancia.
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