domingo, mayo 04, 2008

el heraldo

"Pero su cínica mirada y asquerosa sonrisa eran de vieja, de bruja, de hechicera, de Parca..., ¡no sé de qué!" Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891): LA MUJER ALTA

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"La escuálida figura cruzó la habitación, deslizándose sin producir ruido alguno, y fue a situarse cerca de la espalda de Clara; una vez allí, se puso a mirar por encima del hombro lo que escribía la muchacha. Clara interrumpió la tarea porque se vio entonces asaltada por el llanto. Las lágrimas, de pureza infinita, rodaron por las hermosas mejillas y cayeron en el papel; algunas formaron al mezclarse con la tinta pequeñas e irregulares circunferencias orladas, como copos de nieve redondos, azules y opacos.

Clara cogió otra vez la pluma. Era la escritura un medio inofensivo –aunque no demasiado eficaz- de luchar contra las “nubes negras” (de ese poético modo solía llamar a su melancolía).

La flaca y negra figura apartó el oscuro capuz y mostró su cara. Era una horrorosa anciana, desdentada y fea. Por mueca tenía una procaz y maliciosa sonrisa. Parecía burlarse de lo que leía en el papel.

Entonces la vieja habló; mas su voz no era de mujer, sino de hombre… o de bestia. Una voz grave, gutural, insoportable, terrorífica. Si las voces se pudieran representar con colores, esta estaría formada enteramente del más aciago negro. Cada palabra arrastraba ecos de ultratumba.

-Estoy sola en el mundo.

Dijo.

Esa voz hubiera helado la sangre al más valiente; el mismo efecto hubiera producido la horrible presencia de aquella figura. Pero Clara no la escuchaba ni la veía. Siguió escribiendo un rato, evaporadas ya las pasadas lágrimas.

Pero al cabo soltó de nuevo la pluma, llevó las manos a la frente en un gesto de desesperación y, antes de volver las puras lágrimas a brotar, se lamentó para sí:

-¡Estoy sola en el mundo!

El horrendo espectro pareció encontrar aquello muy divertido, porque la desvergonzada, maligna sonrisa se acentuó aún más, llegando a un repugnante extremo de infame obscenidad. Palmoteando de alegría como hacen los niños (aunque sin participar de la inocencia de estos) la fea vieja profirió con la misma terrible voz de muerte de antes:

-Nadie me quiere. No sirvo para la vida.

Clara lloraba sin consuelo. Y sintió que de las oscuras nubes de su melancolía bajaba una oleada de cuervos negros como la medianoche; unos aleteaban cerca, otros picoteaban con saña su imaginación, como picotearían los ojos de un crucificado.

Las lágrimas, el llanto, la ahogaban. Parecía que le faltaba el resuello. Por eso fue tan raro que se sorprendiese a sí misma diciendo en voz alta:

-Nadie me quiere… No sirvo para la vida.

La monstruosa anciana se levantó. La maldad más pura se reflejaba en su torva faz, en aquella desvergonzada y satisfecha sonrisa. Tomó el mismo camino por el que vino y se alejó deslizándose como viniera, sin hacer ruido. Antes de atravesar de nuevo la pared del cuarto, diose la vuelta, y entre carcajadas dijo con esa voz tan pavorosa que no podríamos soportar, que nos haría despertar de la pesadilla tan pronto la escuchásemos:

-Va siendo hora de que me quite de en medio."
Trifón Cármenes (1839 - 1885). CUENTOS PLUTÓNICOS (1882).

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imagen: Paul Cézanne - Vieja Rezando el Rosario (1886)

2 comentarios:

alfonso dijo...

Pues si, Ya iba siendo hora.
A ver si tengo suerte y se marcha la mía.

Carlota dijo...

Mira que es requetemala esa vieja, eh? hacerle pensar eso a la pobre chiquilla!!! Me gustó el relato. Un beso!