viernes, junio 30, 2006

Lo vivido versus lo soñado.


No hace mucho leímos Noches Blancas, una novela corta de Dostoievsky. Como en ese libro se describe pero que muy bien la mente del soñador y su actitud ante la vida, nos ha despertado el gusanillo de hablar un poco sobre eso.

Entre algunos cineastas e intelectuales de la nouvelle vague, allá en la Francia de los sesenta del siglo pasado, se establecía un debate tan interesante como estéril: ¿qué es mejor, el cine o la realidad?. Digo que es interesante, porque es una pregunta que tiene su aquel para todo cinéfilo; y digo también que es estéril, porque, evidentemente, la realidad engloba al cine. El cine forma parte de la realidad.

Una de las mejores películas de los ochenta se plantea (y da una respuesta) a esa misma cuestión de una forma magistral. Nos referimos a La Rosa Púrpura de El Cairo, de Woody Allen.
El director neoyorquino (cuya estatua, como sabréis, se pasea por la calle Milicias Nacionales de Oviedo) opina que es mejor vivir una realidad, aunque triste, que vivir constantemente en un sueño. Eso equivaldría a la locura, dice. También afirma que en un sueño no podríamos comernos un filete. El viejo Woody escogería realidad.

Al contestar a esa pregunta que se planteaban aquellos directores franchutes respondemos también a la de si es mejor vivir o soñar, puesto que el cine (como las novelas o los videojuegos) en nuestra opinión, no es más que una forma de evadirse, de soñar despiertos.

Pero no es tan sencillo admitir que la realidad engloba al sueño como sí abarca al cine... Los mundos que el soñador crea en su mente son mundos paralelos, y se diría que independientes de este. Evidentemente no son independientes, puesto que el que sueña despierto toma los objetos, seres e ideas de la realidad para modificarlos a su propio placer, amén de que sin la base física y real de nuestro cerebro (no creemos en las paparruchas del alma, semos asín de ijnorantes mecanicistas ), no habría ni esos sueños, ni habría representación del mundo (no habría nada).

Visto que la realidad engloba de algún modo al sueño (eso se ve en las creaciones literarias, cinematográficas, artísticas...: por fantásticas que sean, tienen que tener una base real, una especie de correspondencia con lo real, una relación realidad-poesía que se establece en la mente del artista creador), hablemos un poco de cómo ve el mundo el soñador.

En primer lugar, creemos que la capacidad para imaginar poderosamente y dejarse llevar por los ensueños así creados sólo es pura en los niños. De algún modo, al crecer, perdemos gran parte de esa facultad maravillosa; sólo algunos conservan una parte importante de ella durante la edad adulta, esos que tienen pájaros en la cabeza durante toda su vida...

Quizá la experiencia ha demostrado al soñador que la realidad es triste y fría. La única forma de alegrar un poco la vida es adornándola con su mundo interior. Hay una frase en La Mosca Sabia de Clarín (cuento que reflexiona sobre este tema de realidad y sueño como acaso sólo Cervantes en El Quijote supo hacerlo) que me gusta mucho porque resume muy bien el sentir del soñador: "Poetizar la vida con elementos puramente interiores propios, es el único consuelo para las desdichas del mundo. No es un gran consuelo, pero es el único."

El soñador tiende a la inacción.

Hay elementos en la realidad que, como potentes flashes, deslumbran y afectan enormemente a la mente del que con su imaginación construye castillos en el aire: por ejemplo, una mirada casual de una chica puede llevarle a novelar toda una historia de amor que durarará muchos meses en su cabeza. La consecución de un cuento o una novelita mediocre puede llevarle a pensar que algún día será publicada y leída por muchos... O imaginará que, aun viviendo en una región donde el amiguismo es norma, de algún modo alcanzará el éxito profesional... La realidad suele ser muy diferente, acaso por el descuido que de su vida hace (sólo vive sus ensueños), acaso porque por el mismo soñar, no tiene las suficientes habilidades en la vida para lograr ningún éxito ,o quizá, simplemente, porque la realidad no es gran cosa. El caso es que los sueños se retroalimentan entonces: como la vida sigue sin cumplir las expectativas que se crea, se refugia en lo soñado, abandonando aun más su vida real...

Pero esa solución no es definitiva y, tarde o temprano, algo romperá ese engranaje, ya para siempre: o bien algo sucede en la realidad (un acontecimiento verdaderamente difícil de afrontar e imposible de evadir, un golpe demasiado fuerte) que da con todos los sueños al traste, o bien los chascos del despertar, del confrontar sueño con realidad, van haciendo mella en su espíritu, creando desde el principio un fondo de melancolía que lo va envolviendo todo, cada vez más intenso, que agría también sus sueños. ¿Qué refugio le queda entonces?

Y es que, como dice Dostoievsky en sus Noches Blancas:

Y mueve uno la cabeza y murmura: "¡qué rápidos pasan los años!". Y torna uno a preguntarse: "Qué hiciste de tus años? ¿Dónde enterraste tu tiempo? ¿Es que siquiera viviste? ¿ O no?". "Mira, se dice uno a sí mismo, mira qué frío hace en el mundo. Pasarán aún algunos años, y entonces vendrá la espantosa soledad, vendrá con sus muletas la vejez temblona, trayendo consigo la tristeza y el dolor. Perderán sus colores tu fantástico mundo, se mutilarán y morirán tus sueños, y cual la amarilla hoja del árbol, asimismo se desprenderán de ti..." ¡Oh, Nástenka! ¡Qué tristeza entonces encontrarse solo, y no tener siquiera de qué poderse lamentar... ni eso siquiera! Pues todo lo que habremos perdido, todo eso no era nada, nada más que un cero, un simple cero: no era otra cosa que una ilusión.

Así que, amigos, de poder escoger, sin duda lo mejor es vivir. Vivir. Aunque sea estúpida, prosaicamente. Al menos nos quedará lo vivido. ¿no creéis?

NOTAS: imagen1, una de las geniales ilustraciones de Gustavo Doré para el Quijote, el soñador por antonomasia; imagen2, retrato de Fíodor Mijáilovich Dostoievsky (1821-1881).

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