miércoles, febrero 14, 2007

paradoja del día de San Valentín .

-Siempre supe que moriría joven ... Así que aquí estoy, con ochenta y cuatro años, de cuerpo presente, comiéndome una magdalena.

2 comentarios:

Germán Fernández dijo...

Que las magdalenas alargan la vida es un hecho científico. Mi bisabuelo se zampaba un par con su tazón de Eko todos los días y llegó a los noventa y tantos.

Es señor tan saleroso de barba lo que realemente desea es engullir una buena hamburguesa ( de esas de 1400 calorías ), pero como es cauto no malgasta sus chelines ya que sabe que el gobierno se la confiscaría.

Saludosss

M. Imbelecio Delatorre dijo...

No, Germán, no, te equivocas: yo creo que ese vejete simpaticote lo que realmente desea es mordisquear, en vez de a la magdalena, a una señorita (bien en seco, bien mojándola en el colacao); pero, como bien saben filósofos, poetas y expertos en dopamina, la gula satisfecha calma un poquito a la siempre apetente lujuria.

Por eso, porque no nos comemos ni una rosca, muchos deglutimos a todas horas, a veces con evidente placer. Así, una buena fabada puede producir una concatenación de orgasmos de 8.9 en la escala Alizée a un gordo sin amor; un sabroso plátano de canarias puede hacer llorar de goce a una bibliotecaria soltera (incluso si tan sólo se lo come).

:) gracias por tu visita y tronchante comentario.

Pd.- Me parece una terapia muy buena y nada molesta para alcanzar la longevidad la de las magdalenas de tu bisabuelo. Creo que la probaré durante los próximos decenios ;) (¿valdrán también los sobaos?)