¡Cómo le gustaba imaginar cosas raras! Por ejemplo, un día quiso buscar la inmortalidad a través del imaginar, y esto fue lo que discurrió:
-Si en el futuro un día alguien pensase exactamente esto mismo que yo –y sólo yo- estoy pensando, entonces eso equivaldría a que, durante unos segundos, reviviría en él… ¡sería por un momento como si no hubiese muerto!
Al cabo diose cuenta de la irónica consecuencia de su absurdo planteamiento:
-¡Oh!¡Ja, ja, ja! ¡extraña paradoja! ¡creo que, al pensar eso, alguien que murió hace cientos de años acaba de revivir en mí durante unos instantes!
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Pero ese joven soñador no había descubierto nada nuevo, lector amable, amigo visitante, ¿no reviven los escritores muertos cuando los leemos? ¿no está vivo Galdós estos días en mi cabeza, al vivir yo, leyéndola, la historia que él ya vivió al escribir?
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