sábado, septiembre 27, 2008

Historia de un pedo.

Gilichorradas se enorgullece en hacer esta pequeña reseña a la traducción española de un desconocido clásico de la literatura francesa: Historia de un pedo.


Una novela histórica relatada en primera persona que nos lleva a las postrimerías del reinado de Luis XVI; en este libro se verán los atroces contrastes entre las clases más bajas de la Francia de la época y la alta nobleza. Pierre Tuffón, el pedo protagonista, nace en los arrabales, pero consigue saltar el abismo que separa al paria del noble y acaba codeándose con una familia de marqueses.

Pero os dejamos con la selección de algunos trocitos del texto que se publicó anónimamente en 1783 en París, y que hoy ve la luz en la lengua de Cervantes. No tiene desperdicio. Saludos.

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(…)Y allí, entre la mugre y el desconsuelo de la pobreza, entre dolor, pilluelos y harapos, en un rápido impulso salí al frío mundo exterior por vez primera(…)


(…)Creemos que guiamos nuestra propia vida, sin embargo una fuerza desconocida y completamente loca y ciega nos lleva, cual a mí me arrastró sin que yo nada pudiera hacer por impedirlo la brisa de la tarde hacia dentro del carromato de los marqueses de L´Ampuloise (…)


(…)Y yo, de origen casi desconocido, tan humilde que acaso fueron mi embrión unas mollejas fritas en aceite rancia, vime de golpe en un mundo de belleza y color, un mundo en el que la ostentación y la gala eran la norma: elevados perfumes jugaban a penetrarme y abrazarse conmigo en aquel carromato de trajes coloridos y cuerpos lozanos; y yo, contagiado del bullicio de la vida fastuosa, juguetón, ebrio de belleza, me dejé respirar por aquellas delicadas naricillas acostumbradas al aroma del narciso, en aquellos cuerpos hechos a la trufas y las delicias. ¿Qué quedaba entonces de mi infancia, de mi origen, de mi
esencia? ¡Qué me importaba! (…)



nota: imagen1, portada de la primera edición de la anónima novela (¿autobiográfica?); imagen2: grabado de Jean Tontolette para la edición de 1823.

sábado, septiembre 13, 2008

¿Duerme usted, Valdemar? (o El Poeta del Sueño).

Con cariño, a todos los que alguna vez han perdido su tiempo leyendo algo escrito por mí.








La mayor revolución del pensamiento humano –quizá sólo comparable a la aparición de la escritura hace miles de años, o, en menor medida, a la de la informática hace algunos cientos- la constituyeron todos aquellos minúsculos avances que, acumulándose como pequeños ladrillos, hicieron posible la construcción del descomunal edificio que a la postre alumbró una explicación admisible del cerebro humano.

Y aunque si bien es cierto que como dicen los poetas un halo de misterio envolverá para siempre al hombre, digamos que se ha visto reducido al mínimo – y aun estuvo a punto de apagarse- ese misterioso resplandor.

Podrán aducir que no todo lo que atañe al “alma” humana es predecible. Bien: pero se sabe por qué no puede serlo. La conciencia del hombre, la esencia misma de la voz que habla en todos los cerebros humanos, sean de la raza o sexo que sean, hayan nacido hoy o hace 40.000 años, ha sido formulada y objetivada. Ninguna de las risibles fantasías de los viejos mitógrafos como Freud resultó cierta.

¡Creíamos que habíamos atrapado al misterioso fantasma!. Pero hoy sabemos que la caja en la que lo encerramos estaba construida de frágil porcelana. Terminados los primeros instantes de falaz entusiasmo, somos hoy conscientes de casi todas las limitaciones. Salir del error ha vuelto a traernos la niebla de la incertidumbre. Con todo, mejor contemplar borrosamente la verdad, que observar con toda nitidez una mentira.

Mi nombre…no necesito repetirlo. Ha sido convertido en epónimo. Las principales universidades se honran con llamarse así.

Qué menos para el hombre que salvó a la humanidad

¡Salvar a la humanidad! En el siglo en el que el los ecos del cientificismo han llegado a todos los rincones del sistema solar, estremeciendo con su estruendo esta vieja Tierra hasta los mismos polos, usaron un concepto palmariamente religioso: “salvación”…

Salvación. ¡Ah, por Nuestra Conciencia, qué triste amargura, qué dolor lacerante, qué latir tan despiadado cuando hoy la venda cae de nuestros ojos para volver a ver, cara a cara, el horrendo espectro del infinito!

Al menos, me miento, les dimos esperanza… Pero no, ¡oh, Santo Dios, en el que creían nuestros antepasados, perdóname! ¿Qué es lo que he hecho? ¡He traído la condenación! ¡He condenado a la humanidad toda… y nada puedo hacer por advertirles!

En una población del Sector 3 del continente europeo nací y pasé mi infancia. Realicé mis estudios estándar en mi localidad natal. Más tarde me doctoré en Neurología de la Conciencia en cierta universidad europea que ahora ha tomado mi nefando nombre. Mi tesis (mis planes criminales puestos en papel diré mejor), se tituló Un Ensayo Sobre la Referencia en los Estados del Sueño.

La Referencia ( todos los niños de una escuela estándar lo saben) es el equivalente conciencial de la relatividad einsteiniana. Aunque, claro, no es lo mismo. No hay espacio en la conciencia. En la mente no hablamos de espacio-tiempo sino de un reflejo de aquél: el pulso-tiempo. Los pulsos concienciales son desde hace casi cien años las unidades mínimas de pensamiento. (¿por qué me repito esto como un papagayo? ¿con quién hablo?). Es un hecho conocido de antiguo que podemos tener sueños que al despertar nos han parecido muy largos, y que se han generado en nuestro cerebro en apenas unos segundos antes de despertarnos. Esto es patente en todas aquellas ensoñaciones en las que relacionamos el estímulo que nos despierta (por ejemplo la alarma de un reloj, o alguien que repite nuestro nombre), y nuestro cerebro acomoda ese estímulo a la coherencia del sueño, convirtiéndolo en un elemento del mismo. Además, antiguos experimentos demostraron que también podía darse el caso contrario: nuestro cerebro podía pasarse muchas horas en activas fases de sueño para imaginar en realidad una corta escena que apenas ocupaba tiempo conciencial.

Basándome en mis teorías (que algunos críticos desdeñaron, colgándome ese despectivo mote, “Poeta del Sueño”) y en el conocimiento que del cerebro se había alcanzado, diseñé mi famoso microchip. Un pequeño chip biónico externo, apenas visible, que la Organización de Sectores adoptó de forma entusiástica: todos los seres humanos habían de ser implantados en el instante mismo del nacimiento.

¡Cuántos parabienes! ¡Cuánta gloria! ¡Cuántos titulares grandiosos en las crónicas de la red! “El doctor P… ha salvado a la humanidad”. “El doctor P… ha vencido a la muerte”.

¡Salvar a la humanidad, vencer a la muerte…! Permitan que me ría de ellos, de ustedes. Permitan que escupa en sus estúpidas caras. Y en la mía también… Permitan que me arranque los ojos (ojalá pudiera hacerlo) y me ría también de mí…

Sí, el pulso-tiempo podía ser alterado. La última onda cerebral, la postrera, activaba el chip cerebral. Comenzaba la ensoñación eterna. Una diezmilésima de segundo de inducción convertía el último sueño en potencialmente infinito. Eterno. Millones de vidas para ser vividas en una sola. La eternidad verdadera, no la religiosa o poética. Es cierto que la gente se seguía muriendo… pero sus conciencias no. Los cuerpos eran desintegrados y se descomponían, pero las almas seguían vivas y existiendo en su último instante –ya pasado para nosotros-, para ellas tan real, eterno y tan halagüeño como podían ser los mejores sueños. el "hoy es siempre todavía" sustituido por el "hoy es siempre".

Ésa, claro, era la teoría… Porque las monedas, como las almas humanas, no tienen una sola cara. Sabíamos por los experimentos de pulso que el chip funcionaba, y que convertía en eternas las conciencias… Pero nunca pudimos imaginar que la inducción destruía las áreas espaciales y ciertas zonas implicadas en los recuerdos cognitivo/sensoriales.

Yo sí lo sé. Pero tarde. Muy tarde. ¡Cuando he creado un horrible mundo sin muerte en el que estoy atrapado, cuando he condenado a millones de almas inocentes a la más oscura negrura, a un sueño sin objetos, escenario, luz, ni otros seres con los que interactuar!. A un terrible Hades en el que ni cabe la distracción de la memoria, pues ni tus mismos recuerdos pueden ser formulados en imágenes. No hay dios en este mundo. No hay muerte que traiga alivio. Cada uno es su dios… y su infierno.

Soledad y negrura infinitas. Únicamente tú, completamente ciego, con tu dolor, la voz de tu conciencia repitiendo palabras, inventando fantasías que no pueden ser expresadas en imágenes pues has perdido esa capacidad…

Y en este pavoroso mundo que mi vanidad ha creado, mi imaginación repite desde hace mucho, como un estúpido sonsonete, una frase que acaso leí en algún cuento en mi infancia, y acaso digo una y otra vez como queriendo, creyendo escucharla:

-¿Duerme usted, Valdemar?. Valdemar, ¿duerme usted?

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imágenes:
1. Cabeza de Perro, de Goya.
2. "Soledad", tomada de (pinchad sobre ella para saberlo)
3. tomada de aquí.

enlace: La Verdad sobre el Caso del Señor Valdemar, de Edgar Allan Poe

viernes, septiembre 12, 2008