De un tiempo a esta parte da la impresión de que el clima político español se enrarece. Quizá sea por el “todo vale” con tal de llegar al poder, el “fin justifica los medios” que parece aplicar el principal partido de la oposición y sus medios afines. O tal vez sea culpa también de la improvisación y la aparente falta de criterio en algunos asuntos clave por parte del partido en el gobierno. También puede ser una percepción errónea nuestra: quizás siempre ha habido esa “crispación” en la política de nuestro país (España no es Finlandia o Dinamarca ni lo será nunca, desgraciadamente), e incluso era más intensa en el pasado (por ejemplo en los ochenta, cuando el terrorismo estaba presente día sí y día también, el golpismo era un hecho, y la ultraderecha era más poderosa).
Pero… no sé… Desde que ciertos medios y partidos dan a imposibles conspiraciones el rango de verdad científica (viene a ser algo así como si de repente la mitad de la población volviese a creer en brujas y duendes… aunque, viendo el éxito de programas como Milenio Nosecuantos, esto tampoco sería tan raro), o desde que los medios y las columnas de opinión de los del otro bando se nos presentan a impenitentes asesinos múltiples como “hombres de paz”, parece que la política española sufre una lipotimia por falta de aire.
Y, lo peor, el más palpable síntoma de ese ahogamiento es que los ciudadanos absorben como esponjas los falaces argumentos de politicastros y tertulianos de tres al cuarto, y los hacen propios sin filtrarlos por el más elemental sentido común, haciéndose seguidores de “su” partido como si más que juiciosos ciudadanos que en democracia tienen la obligación de ser críticos y evaluar a sus gobernantes (y a los que aspiran a serlo), tuviesen el pobre criterio de hinchas de fútbol, de forofos que todo lo ven en términos de “mi equipo es el bueno y todos los demás son malos… hasta el árbitro (el poder judicial) es el demonio si no nos da la razón.”
Fruto de ese maniqueísmo de buenos y malos, de blanco o negro, cada vez se usan más a la ligera palabras como “fascista”, “franquista”, “nazi”, “terrorista”, “rojo”... Si te sales un punto de los parámetros que supuestamente definen “cómo tiene que ser alguien con una determinada ideología”, (las normas que definen al “buen izquierdista”, o al “buen derechista”) que establecen ciertos editorialistas o ciertas personas detrás de un micrófono de radio al servicio de un partido político, ya te pueden encasillar e insultar libremente los que tienen una ideología parecida a la tuya. Si, por poner un par de ejemplos, te consideras de izquierdas y no te gusta comulgar con los nacionalismos (ni central ni periféricos), porque te parece una doctrina injusta y carca, precisamente por eso, por no tragar con esa falacia de progresismo=nacionalismo, seguro que más de uno te ya llamará “fascista”. O, en el otro lado, si eres de derechas, pero te parece tan evidente que los extraterrestres no nos visitan ni, por tanto, nos meten sondas mientras dormimos ni hacen imposibles conspiraciones judeo-masónicas, y piensas lo que piensa la prensa de todo el mundo, que fueron los moros los que pusieron las bombas del 11m, pues para muchos ya eres un “rojo, un terrorista del PSOE”.
Con el uso indiscriminado de los términos “fascista”, “terrorista”, se produce una peligrosa trivialización, la generalización del uso de palabras muy duras para designar realidades mucho más suaves (disfemismo creo que es la palabra). No soporto a esa gente que dice “ETA=PSOE” o, esa consigna, tan usada en Internet por unos cuantos descerebrados (que deben de imaginar que es un alarde de ingenio sin precedentes desde que no hay poetas conceptistas): “zETAp”. Pero tampoco trago a esa otra gente que afirma “el pepé es un partido fascista”, “en España hay diez millones de fascistas”.Porque, si los que votamos al PSOE somos “terroristas”, ¿qué son los de ETA y Al Qaeda? O, del otro lado, si los votantes del PP son fascistas, ¿Franco y Mussolini, qué eran? ¿qué es Ynestrillas?
Para salir de esta perjudicial inercia a que nos llevan ciertos políticos y algunos medios de comunicación, cada ciudadano debe plantearse y tener claro dos principios: primero, que uno antes que de izquierdas o de derechas, debe ser demócrata. Y el segundo, que se deriva de ése: aplicar las mismas normas éticas a todos los partidos, desde el que te parece más antipático hasta el que es el “tuyo”. Tan sencillo como eso, aunque exige el esfuerzo que supone la empatía. En efecto, con una especie de imperativo categórico kantiano con el que cada ciudadano sin renunciar a su ideología pero lejos también de dejarse arrastrar por siglas y colores, filtre de forma crítica los actos y las palabras de los políticos y obre en consecuencia; asistiríamos a la política como lo que es: un acto en el que cada ciudadano tiene una responsabilidad en los designios del todo, no un partido de fútbol en el que el espectador no participa para nada y al que sólo se acude para, como bobos, gritar e insultar más que el hincha del equipo contrario.
Pd.- otra sugerencia: también creemos que mejoraría la vida democrática española el hecho de que los dos grandes partidos hiciesen algo que quizá les quitaría miles de votantes (aunque los perderían de un lado, pero tal vez los ganasen de otro), pero haría la democracia más sana. De un lado, que el PP condenase con contundencia y sin paliativos, las veces que hubiera falta, el régimen dictatorial franquista (es esa una anomalía bastante grave… imaginaos, por ejemplo, que el partido conservador de la Merkel no condenase al nazismo en Alemania). Del otro, que el PSOE no dejase que la derecha secuestre los símbolos que debieran ser de TODOS los demócratas (de hecho en los demás países lo son): la Constitución, la bandera, etcétera.
Un saludo.
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2 comentarios:
pos no pides tú na, con lo que nos gusta a nosotros un dogma.
pueg gí, el dog nos gusta, pero el treg má aún.
Graciag por leer eso tan aburrido y tan tonto pero egcrito con buena voluntad. Una jonrija.
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