Hace hoy exactamente cincuenta años, moría en Madrid el autor de El Árbol de la Ciencia. Un despacho de la agencia Efe informaba dos días antes que don Pío Baroja y Nessi estaba en estado de máxima gravedad, habiendo perdido ya sus facultades mentales. Los médicos que le asistían, doctores Artete y Val y Vera, habían perdido ya toda esperanza de salvar su vida. "No se descarta que se produzca su fallecimiento en cuestión de horas.", decía la noticia.
La última voluntad del escritor vasco era que se le enterrase en el cementerio civil como ateo. Esto produjo un escándalo en la ultracatólica España de los cincuenta, recibiendo la familia de Baroja poderosas presiones para que se obviasen los deseos del fallecido, y que tan célebre personaje fuese enterrado "como Dios manda". Gracias a que sus familiares resistieron las coacciones de la intolerancia oficial, fue inhumado finalmente conforme a sus deseos.
Su ataúd fue llevado a hombros por dos futuros premios nobel: don Camilo José Cela y Ernest Hemingway. (En 1956, don Ernesto vino a España a visitar a un moribundo Baroja. Le dijo que estaba convencido de que el premio que le habían dado hacía dos años, pertenecía al escritor español).
A pesar de que la crítica anglosajona no lo reconoce, dicen los que de literatura saben que es innegable la deuda de Hemingway y otros escritores en lengua inglesa ( John Dos Passos por ejemplo) con la obra de ese genial escritor, ateo, melancólico, huraño y misógino, que fue don Pío.
Baroja en el cine:
Podéis bajaros con el emule la versión que Juan de Orduña hizo de su Zalacaín El Aventurero en 1955. Nosotros la hemos visto no hace mucho y, aunque no es una gran película - aparte de que no es fiel al texto (los carlistas no podían ser "los malos" en la España de los cincuenta), hay algún que otro inexplicable fallo en el guión -, sí merece la pena que se vea, por su ambientación y rápido ritmo, muy propio del cine de aventuras. Otro motivo para verla es que el propio Baroja, aunque doblado por encima por la voz de un actor, aparece en la película: hace de sí mismo, de narrador de la historia.
notas: - imagen, portada de una traducción norteamericana (1997) , del Zalacaín.
-enlace a un audiolibro del Zalacaín. (aviso, no está leído por una persona sino que es uno de esos irritantes audiolibros "sin alma" leídos por un programa de ordenador... aunque este programa parece mejor... y tiene hasta acento vasco y todo). Es ligero: ocupa unos 40 megas, ideal para vuestro mp3 ;) )
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nuestro amigo Yarfoz, langreano literato y bibliófilo, a quien desde aquí enviamos una sonrisa de simpatía y agradecimiento, nos envía esta foto que se ha molestado en hacer a su ejemplar original de EL ÁRBOL DE LA CIENCIA (1911). Creo que el dibujo de la portada es un fragmento del famoso grabado Melancolía de Alberto Durero (1471-1528) (podéis pinchar para ampliar)
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3 comentarios:
Felicidades por este recordatorio sobre el cincuentenario de la muerte de Baroja. Yo siento verdadera fascinación por sus primeros libros, especialmente por "Vidas sombrías" y la trilogía "La lucha por la vida". A mí "El árbol de la ciencia" me impresionó profundamente cuando me
obligaron a leerla a los 15 años y sigue impresionándome igual ahora. Tanto más cuando algunos de los males que denuncia (vulgaridad, miseria moral, corrupción de la enseñanza, consumismo y adocenamiento de la juventud) son ahora incluso más sangrantes que
entonces. Yo creo que Baroja, aunque siempre genial, empieza a pedre fuerza desde "Zalacaín el aventurero" y todo ese culto a la acción y a la aventura. Pero ésta es sólo mi opinión, claro. Acabo de mandarte a tu correo, escaneada por si la quieres tu blog o simplemente deseas verla, la preciosa cubierta de la primera edición de "El árbol de la ciencia" (1911). Es uno de mis tesoros bibliográficos :)
Un saludo.
gracias a ti :) por tus inteligentes comentarios y por esa foto tan chula ;) .
a mí como me entusiasman las novelas de aventuras, sí me parece bien el baroja soñador y aventurero ;)
me parece genial -como todos los suyos- este artículo que sobre baroja escribe hoy (09/12/06) Juan F. Casero Lambás. Así que, sin permiso de nadie, lo copio y pego aquí, en este mi deslucido y triste habitáculo de la red.
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JUAN F. CASERO LAMBÁS
El pasado 30 de octubre se ha cumplido el 50.º aniversario de la muerte en Madrid de Pío Baroja, junto con Pérez Galdós el mayor y más inverosímil novelista de lo español, autor de «César o nada»(1910). «Cuando va con los pájaros le dicen: tú no eres un pájaro. Y cuando va con los ratones: tú no eres ratón». Ésa es, según Baroja, la tragedia del murciélago, que define la suya propia («La guerra civil en la frontera», Memorias VIII, 2005). Pío Baroja es el murciélago -ni ratón, ni pájaro- incapaz de tomar partido ante una guerra «estúpida» y «mediocre».
Baroja se define a sí mismo como un ateo y anticlerical crónico. De fuerte antipatía antisemita, es a la vez vasco y antinacionalista vasco furibundo. Introvertido o misógino y atrabiliario, solitario y solterón, seguidor acérrimo del Lerroux que pide en Las Ramblas en 1904 «levantar el velo a las novicias para elevarlas a la categoría de madres», pronto se desencanta en 1910 de un Lerroux «mediocre y acabado». Discípulo vitalista de Nietzsche y Schopenhauer y despectivo fustigador de Azaña, al que llama «hombre flojo y débil, de tipo feminoide», admira a Negrín por su resistencia frente al fascismo. Defensor para España de una dictadura platónica «inteligente» que «imponga la paz» a los dos bandos, Baroja sintetiza, con Unamuno, todas las pasiones y todas las contradicciones de la generación de 1898. El «hombre malo de Itzea» -la casona que adquirió en Vera del Bidasoa- es el resultado perplejo y apasionado de una generación lúcida y desencantada que perdió la fe en la democracia liberal de la Restauración y asistió aterrorizada y confusa al drama de la guerra. Pío Baroja vive a fondo con Ortega, Unamuno, Ganivet y Ramiro de Maeztu la crisis de 1898: el pesimismo y el ansia de regeneración de España. Amigo íntimo del primer Azorín libertario, Baroja siempre fue un filoanarquista utópico no violento.
Nació en San Sebastián (1872) en una prodigiosa familia liberal donostiarra de impresores y editores de prensa enfrentada al carlismo y, más tarde, al nacionalismo vasco, a pesar de ser vasco-parlante, como sólo es posible en la capital guipuzcoana, una isla cultural cosmopolita y progresista dentro del abigarrado conjunto de Euskadi. Bisnieto de Rafael Baroja, impresor del diario «La Papeleta de Oyarzun» en la guerra de la Independencia, nieto de Pío Baroja, editor de «El Liberal Guipuzcoano» (1820-1823) e impresor de los 12 tomos de la «Historia de la Revolución Francesa» de Thiers, traducida por Miñano y Bedoya, su tío Ricardo Baroja editó el diario «El Urumea» (1879-1895), de San Sebastián, y, luego, con su padre, Serafín, en Pamplona, «Bay, Jauna, Bay», primer semanario navarro bilingüe castellano-vascuence que solo duró 6 números (1883). Serafín Baroja tradujo al euskera «El Lazarillo de Tormes». Su madre, Carmen Nessi y Goñi, posesiva y dominante, era de ascendencia italiana lombarda, admiradora de Amadeo de Saboya. Baroja alternaba el verano en Easo y Vera de Bidasoa con su residencia el resto del año en Madrid. Quiso en su testamento ser enterrado en el cementerio civil madrileño, haciendo, con gran escándalo de la época, pública profesión de ateísmo y libertad de conciencia, su última protesta póstuma. Murió en 1956. Hemingway y Camilo José Cela portaron en un día lluvioso su ataúd.
Fue el autor, entre más de cien obras, de «Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox» y «Camino de perfección» (1901), «La busca» (1904) y «Zalacaín el aventurero» (1909). Sus mejores obras son «El árbol de la ciencia» y «Las inquietudes de Shanti Andía» (1911), y su cima literaria, los 22 volúmenes de «Memorias de un hombre de acción» (1913-1935), dedicada al conspirador liberal y masón Eugenio Avinareta, en que recrea la historia de España desde la guerra contra Napoleón hasta la regencia de María Cristina, como sólo hacen con anterioridad los «Episodios nacionales» de Pérez Galdós. La novela de Baroja es impresionista. Une la frescura y la naturalidad del lenguaje coloquial y del carácter ibérico a un vigor y una originalidad que lo convierten en el más vivo retratista de lo español en su generación. Baroja, en sus aciertos y en sus errores, es claro, directo, sincero, apasionado y brusco como lo es el carácter español. Siempre contra corriente, de lo local a lo universal: de lo donostiarra a lo vasco, de lo vasco a España, de España al mundo. Pío Baroja se refugió en San Juan de Luz, en Francia, durante la guerra civil, después de un oscuro y mal explicado episodio en el verano de 1936 al estallar la guerra, en el que, impulsado por un móvil literario, quiso asistir a la entrada de los requetés en Santesteban, junto a Vera de Bidasoa, y es detenido y está a punto de ser fusilado por esas mismas tropas.
Volvió en 1940 -Ortega lo hizo en 1945-. Baroja, sin concesiones en sus ideas, se adaptó, por conveniencia o fatalismo en silencio a la situación resultante de la guerra, como a un hecho brutal e incomprensible pero irreversible. El suicidio de Andrés Hurtado -el protagonista de «El árbol de la ciencia»- fue para Pío Baroja su enterramiento civil consciente y voluntario en vida, en el Madrid tenebroso del hambre y del miedo de la posguerra.
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