No todos los pueblos de
la Antigüedad conocían el secreto del huevo frito. Sumerios y babilónicos, que fueron las primeras civilizaciones que se escupían las manos y silbaban sin la ayuda de los dedos, eran sin embargo incapaces de esa forma básica de arte culinario.
Egipcios y persas lo intentaron sin mucho éxito. Durante la IV Dinastía egipcia, bajo el reinado de Snefru, los integrantes de la perseguida y blasfema secta de los Niam-niam observaron la analogía de un huevo fuera de su cáscara y el Sol. Nadie nunca hasta entonces había abierto un huevo con fines inquisitivos. Uno de sus sabios intentó durante años su freidura (en tablillas de arcilla, superficies de madera, piedras calentadas por el sol…). Desciframos en los jeroglíficos de los pasatiempos infantiles del periódico local que con casi toda probabilidad este sabio (cuyo nombre no ha llegado a nosotros) pudo haber logrado freír uno en el caparazón de una tortuga, pero cuando fue a notificarlo a sus prosélitos la tortuga se había despertado y pian pianito se había marchado con el fruto de su estudio.
Hubo que esperar a la llegada de los magnos griegos para que se produjese un avance significativo. Un sabio de la Hélade, Estero de Esparta, que había tenido el privilegio de acudir al Liceo aristotélico (era el encargado de la limpieza de los jardines), absorbió muchas de las enseñanzas del maestro que se les escapaban a otros discípulos en mejor posición. Rescató de los pitagóricos la concepción dualista de todo lo existente y lo aplicó al huevo (clara y yema; huevos de una yema, huevos de dos yemas; cáscara y no-cáscara…) Estero escribió un tratado del que aun se conservan fragmentos, Marikitonos ("marikitonos" o "marikitones" es un término que viene a significar “costumbres de todos los griegos antiguos en general”), un libro digamos costumbrista que dedica a su más aventajado discípulo (y amante, claro). Al final de su parte quinta, sin embargo, tiene anotaciones curiosas sobre el tema que nos ocupa. Leemos:
Existió hace mucho en Tesalia una gallina que ponía huevos perfectos, esféricos. Aun no había entre los hombres por entonces sabios que sacasen de esto conclusiones cosmogónicas ni musicales, así que aquellos huevos propios de dioses tuvieron el mismo fin que los vulgares: acabaron en el estómago del necio.
Y es que los huevos, tanto en la época que Estero refiere como en la suya, se comían neciamente: pinchando con un palito en uno de los extremos, se sorbía luego su contenido, lo que daba lugar a un mal aprovechamiento de su sustancia última, una digestión pesada e ineficiente. Aun no había llegado la freidura, el auténtico adelanto que supondría el dominio del mundo.
Fueron los romanos, siempre proclives a la perfección de los placeres, los que comenzaron a freír el fruto de la gallina. Sobre aceite de cicuta primero: el huevo frito se convirtió, primeramente, en sinónimo del fin, de la honrosa autodestrucción del estoico. Empezó a freírse con otro tipo de aceites vegetales más inocuos cuando un epicúreo, en los últimos tiempos de la República, quiso probar aquel sublime alimento propio de hombres grandes pero minorando el dolor derivado de la ingesta. De ese pequeño gesto de un antiguo petimetre culinario, llegó la invención que permitió la expansión del Imperio.
En efecto, imaginad unos soldados romanos que rápida y sencillamente, en el crudo invierno, cocinan un alimento muy nutritivo allá en tierra extranjera dondequiera que el César asiente sus reales, ¿no estarán en mejor disposición para el combate que el famélico bárbaro, mal alimentado por los pobres frutos del bosque invernal, o por alguna que otra alimaña? Es la superioridad del huevo frito, hasta ahora siempre desdeñada por el historiador, quien siempre afianza la supremacía bélica romana en factores que nosotros consideramos accesorios: los terribles y gigantescos ingenios de asedio, la fiereza de los soldados, el genio de los líderes militares, la clara ventaja en toda clase de tácticas y adelantos técnicos… nada son en comparación con el huevo frito.
Lleguémonos a la Edad Media, el cronista árabe Mahmón, habla así de los cristianos de la península:
tienen los cristianos de Galiqiya (así llamaban al Reino de Asturias algunos cronistas musulmanes) muchas costumbres irrisorias. En una de ellas ponen en un recipiente al fuego el interior del fruto de la gallina hasta que forma una estrella naranja y blanca... Qué galeqiyos son esos sucios cristianos.”
Poco imaginaba aquel burlón historiador que el consumo de este proteínico alimento llevaría, a la larga, al triunfo de los cristianos sobre los musulmanes…
¿queréis saber cómo los huevos fritos con bacon británicos triunfaron frente a los castizos huevos fritos con chorizo y a las tortillas francesas en Gibraltar?; ¿o cómo el general Castaños venció en Bailén a Dupont con (habiendo desayunado) un par de huevos? ¿Sabíais que Hítler mojaba el pan en la yema y desdeñaba siempre la clara, parte que consideraba como “propia de judíos” (“los huevos alemanes serán perfectos… en dos generaciones lograremos unos huevos cien por cien yema”)? ¿Que durante los días que duró la conferencia de Yalta, Churchill se comió el doble de huevos que Roosevelt y Stalin juntos? ¿Que a Franco le gustaban los huevos fritos con pisto y a Negrín, con patatas fritas? ¿Que poco antes de la caída del muro hubo un desabastecimiento de huevos en el Berlín del Este?
Si queréis saber todo eso y más… Buscadlo en otra parte porque yo de escribir tantas gilichorradas sin gracia sobre el huevo frito ya estoy hasta los ídem.
(Ya puedes votar al post más imbécil e irritante del año... Éste de hoy es el favorito por ahora...)
NOTA: imagen1, Estero de Esparta filosofando, con la escoba en la mano; imagen2, el
huevo ario, según Adolf Hitler.
3 comentarios:
Yo conocías esos arcanos maestro!!. Por qué cree usted que el nombre de mi blog es LOQUEMESALGADELOS ...
Un saludo y sigue así fenómeno
jaja :D
gracias, germán :)
tú sí que eres un fenómeno.
Señor Imbelecio , le he aclarado en mi blog el asunto que ha mencionado sobre Ícaro ya que no es usted el primero que lo dice.
Un cordial saludo
Publicar un comentario