-No me invente, ¡noooo!
-demasiado tarde, ¡je, je!: con esa misma frase que has dicho, ya te he creado.
-Bueno, pero sin entidad…
-Ningún personaje ficticio la tiene…
-No, no hablo de algo físico…Me refiero a que no estoy definido: no soy más que un par de frases en el papel…
-Tres frases, sí, pero tu identidad se va definiendo poco a poco; eres lo que yo quiera que seas: cínico, pesimista, melancólico.
- ¿Habla de mí o habla de Vd?
-He ahí tu cinismo… Claro: algo de mí tendrás…Si Yahvé tomaba la costilla de Adán para crear, ¿no tomaré yo algo mío, aunque un lobanillo sea?
-Pero eso no es crear: es mirarse al espejo, o al ombligo… y así no entretendrá a nadie, sólo conseguirá aburrir a las piedras: eso sí, su propia vanidad a sus ojos queda tan pomposa y repeinada como una vieja hortera recién salida de la peluquería… pero tanto yo como usted seremos ridículos a los ojos de los demás.
-Je, je, creo que te he hecho demasiado cínico… y un poco sinvergüenza.
-Hombre, será el lobanillo ése, que quizá sea ulceroso…
-Je, je… ¿sabes? Uno de los poderes de los dioses es crear… pero también es prerrogativa suya destruir.
-Está bien, me callo… (aunque, total, me da igual todo…)… …...Ejem... Esto, dígame una cosa, una curiosidad que tengo, las creaciones literarias (aun las de dioses tan paupérrimos), ¿tenemos la capacidad, a nuestra vez, de crear, o de autorreplicarnos, como los autómatas de Von Neumann?
-¿Qué dices? ¿De qué hablas? ¡Von Neumann…!: En mi vida he oído ese nombre…
-¡Ajá!, literato de pacotilla, dios polichinela hecho de oropel; al carajo con tu vanidad. No quería nacer, pero ahora…:¡Crearé mis propios personajes, mi propio universo, y no tendrán nada de tu soporífera, fastidiosa y empalagosa personalidad; y vivirán mil aventuras, desde viajar a otros planetas hasta vivir combates en el mar; desde gozar de amores tan intensos como la pasión primigenia hasta disfrutar de incomparables paisajes naturales y urbanos en distintas épocas y lugares; emocionarse con tramas intensas, sobrecogedoras, que magneticen el cuerpo de quien las lea; vivir, en definitiv…!
Por extraño que parezca, el fatuo escritor se sintió insultado por su propia creación; así que airado arrugó el papel y lo lanzó a la papelera con un gruñido. Puso otra blanca cuartilla en la mesa, dejó a un lado los experimentos que (a él le parecía) a nada llevaban; y, al par que con su mano derecha deslizaba el bolígrafo por el papel escribiendo vacías letras, pomposos párrafos completamente huecos, con la otra mano comenzó suave, meticulosamente, como siempre solía hacer, a acariciarse el ombligo.
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1 comentario:
señor Imbelecio, sabe que a mí me pasó algo parecido con una de mis personajes... grrr... todavía está esperando a que la publique, ya veré... estoy de vuelta y le veo con nuevo look.. o no es usted? perdone mi ignorancia. Un besuco
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