DivShare File - El_Sabio_Sinvergüenza.wav (descarga de Audio)-¡Oiga, no se
cole!
-señora… no se dice “cole”, sino “cuele”.
-¡Este tío se está
cuelando!
-En este caso, señora, no se dice “cuelando”, sino “colando”.
-¿A mí qué me importa cómo se dice? ¡El
echo es que usted se ha colao!
-Señora, ha dicho usted “hecho” sin hache…
-¡Y qué sabe usted lo que he dicho, si la hache no se pronuncia!
-Ah, yo sé muchas cosas, señora; soy doctor en literatura…, un hombre sabio.
-Sabio y resabiado, por lo que
beo…
-Ahora ha dicho “beo” con be, por decir “veo” con uve.
-¿pero, qué? ¡otra vez! ¿qué sabe usted si digo las cosas con be o con uve, si se pronuncian igual?
-He leído tanto, tanto, tanto, señora, que imagino las conversaciones como si estuvieran escritas en forma de diálogo literario, con guiones y todo.
La señora recordó que tenía prisa, ya que había dejado las lentejas en el horno, y dijo al empingorotado sabio:
-Oiga, haga el favor, vuelva a su sitio en la cola, que tengo prisa…
-Ya, ya sé… tiene prisa porque ha dejado las lentejas en el horno, ¿verdad?
-¡Oiga! – exclamó la señora con gran susto - ¿Y usted cómo
save eso?
-He leído mucho, señora; ya se lo he dicho. No lo sé explicar: algo me dice las motivaciones de la gente. De hecho soy experto en algo parecido: mi tesis doctoral versa sobre el Destino en la literatura… Naturalmente, el fatalismo en un libro no tiene nada que ver con el real; el del libro viene dado por la trama, por el autor, que es el demiurgo de aquel universo, el único dios que en él crea y destruye. Cuando un personaje en un libro se queja de su infortunado destino o de su complicado pasado, sospecha algo… no lo sabe formular racionalmente, pero vislumbra que detrás de todo no hay ni Destino, ni Dios, que es todo demasiado inverosímil; sospecha que toda su vida ha estado movida por otras fuerzas menos grandiosas que las de Dios y la naturaleza…
-No
hentiendo ni una palabra de lo que me dice; pero que sepa que me parece usted un sinvergüenza…
-¡Ah, la moralidad…!: no es tan sencillo, hay muchas clases de moralidad, señora…
-¡sí señor, un sinvergüenza!- repetía la señora, sin escuchar las justificaciones del erudito.
Pronto fue el turno del hombre en la pescadería en que tan deshonestamente acababa de colarse. Pidió lenguado. Algo le dijo que le daban fletán en vez de lenguado (que es como en las pescaderías te dan gato por liebre); también sospechó que le daban gambas gordas por langostinos; y anchoas con un par de días, habiéndolas más frescas…
Se despidió de la señora educadamente (quien seguía imprecando en voz baja) y, saliendo de la pescadería, y renegando contra la falta de moralidad de los pescaderos, volvió al cabo a sumirse en sus lúgubres y tormentosos pensamientos, reflejo de la sospecha de que su vida no era real… No, no era real… No podía serlo.
Y es que mi sabio sinvergüenza intuía, sí..., intuía un demiurgo torpe, triste, delgado, y con chepa.