Como las reales son inalcanzables para los tipos con chepa y halitosis, una vez decidí echarme novia imaginaria. Era perfecta: voz dulcísona, piel de alabastro, ensortijados cabellos negros, hipnóticos ojos oscuros, sonrisa encantadora, formas increíbles, inteligente, educada, culta, modesta y buena.
Era la más perfecta creación de mi anhelante imaginación... salvo por una cosa: era mujer.
Aquel ser (casi) ideal me dejó por un unicornio.
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