Y eso que parece un disparate de algún modo se contrastaba mediante la experiencia…: me atormentaba la muerte… de los demás. Jamás me obsesionaba en modo alguno pensar en mi propia muerte. En cambio, saber que cada día moría tanta gente, y no todos de viejos, y muchos de una forma injusta, completamente evitable… Pensar todo eso simplemente acababa conmigo, ¡todos se mueren y no podía hacer nada por evitarlo…! Únase a esto la desazonadora, la punzante sensación que solía tener de que algo horrible iba a suceder. ¡Algo terrible que cambiaría las cosas para siempre y las teñiría sin remedio de la negrura de la más lúgubre noche!
“Todos se mueren y no puedo hacer nada por evitarlo”, se repetía casi constantemente en mi cabeza. ¿Podía? ¿Podía evitarlo?
La humanidad forma un juego de suma cero. Los seres humanos no son independientes.
Si mis ideas eran ciertas, un acto de total abnegación, una expresión de dolor máximo, el sacrificio voluntario de un nuevo redentor, podría salvar a la humanidad del sufrimiento… y tal vez de la muerte.
“¡Algo horrible va a suceder muy pronto!”.¿Podía evitarlo?. Un acto de abnegación absoluta.
¿Fue una acción de total entrega? Claro que no. Uno no puede expiar por el dolor ajeno cuando el propio es tan intenso que convierte la muerte en un alivio. No hay sacrificio posible.
Hasta que llegue el final, la humanidad continuará padeciendo y muriendo... Pero eso a mí ya no me incumbe.
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nota: imagen, fotografía en blanco y negro de NOCHE EN SAINT CLOUD, pintado por el noruego Edvard Munch en 1890.