-Escondo un secreto… Por ello me veo obligado a mentirte. Pero quiero que sepas que a lo largo de nuestra vida juntos sólo te mentiré una única vez. Creo que eso es mucho más de lo que cualquier otro hombre puede prometerte… Ahora, sabiendo esto, que voy a mentirte, ¿aceptas la cláusula? ¿quieres casarte conmigo?
La enamorada, con una sonrisa en la que refulgía la dicha más intensa, no supo apreciar la seriedad del momento, ni la importancia de aquella extraña condición, así que aceptó sin rodeos.
***
A pesar de los sinsabores inherentes al vivir, transcurrieron cuarenta años de felicidad conyugal, de cómplice satisfacción. Una familia pudiente, tres hijos, algún nieto… y una pareja de ancianos; la misma que protagonizara aquella extravagante pedida de mano.-La vida pasa – decía ella un día- como ascienden los cohetes de las ferias: van cada vez más velozmente hasta que en el momento culminante estallan. Nuestro tiempo se escapa demasiado raudo ya, y pronto estallará… Quería preguntarte por tu secreto, por tu mentira, la que has usado conmigo y de la que no he querido saber nada para que nuestra relación funcionase.
-Oh… -empezó él, incómodo, algo disgustado- Es tarde para eso… Olvídalo. La tierra devorará ese secreto, como hace con tantos otros… ¿no hemos sido felices? ¿qué nos importa una mentira?
-¡Quiero saberla! ¡Quiero saberla! Desde hace algunos años tengo la impresión de que hice mal admitiendo que me mentirías… Tengo extrañas pesadillas… Y una terrible sospecha… necesito saber cuál es el secreto para poder morir en paz. Para seguir viviendo en paz.
-Mujer… es necedad que ahora… Esa curiosidad es nociva... ¡Olvídalo!…
-¡No admito un no! ¿cuál fue? ¿cuándo me dijiste esa única mentira a la que te referías el día que nos prometimos?
El hombre, dando un suspiro que revelaba tedio, dijo:
-Está bien. Tus sospechas son ciertas: te mentí aquel mismo día, al decirte que te engañaría una sola vez.